Columna


El fariseo y el publicano

RODOLFO DE LA VEGA

20 de noviembre de 2010 12:00 AM

RODOLFO DE LA VEGA

20 de noviembre de 2010 12:00 AM

En la celebración de la Eucaristía del domingo 24 de octubre se nos presentó de San Lucas 18:10-14, la parábola del fariseo y el publicano. A través de esta parábola nuestro señor Jesucristo nos pone de presente la importancia que tiene la humildad en todos los actos de nuestra vida, en especial, cuando en oración, nos dirigimos al Señor. Para un mayor entendimiento analicemos desde los puntos de vista filológico y etimológico, cuál es el valor de las expresiones fariseo y publicano. Consultada la Nueva Enciclopedia Salvat encontramos que el término fariseo es tomado del latín pharisaeus, éste lo toma del griego paharisaios, que a su vez lo recibe del hebreo farax: separar, distinguir. Los fariseos conformaban una secta dentro de los judíos, que se distinguía por el rigor y la austeridad en el cumplimiento de la antigua Ley de Moisés. Por su parte, publicano significa arrendador de los impuestos o rentas públicas y de las minas del Estado, en la antigua Roma. Según la parábola que nos relata San Lucas, el fariseo al dirigirse a Dios le da gracias por ser un buen observador de sus mandatos. Dice: yo no soy ladrón, desleal o adúltero. Ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. Por su parte, el publicano se puso en la parte posterior del templo y ni siquiera se atrevía a levantar la vista, sino que se golpeaba el pecho y decía: ¡Oh Dios! Ten misericordia de este pecador. Con toda seguridad, nos dice el Salvador, la oración del publicano fue recibida por Dios con suma satisfacción. La oración del fariseo, llena de vanidad y de autoelogios, no agradó al Señor. En algunas ediciones modernas de la Biblia, al publicano lo llaman sencillamente recaudador de impuestos. Siempre son señalados como personas indeseables. Considero que la identidad entre el publicano y el recaudador no es exacta. Un recaudador puede ser un individuo que recibe un salario por recaudar impuestos señalados por la Ley, pero el publicano es un “arrendador de los impuestos o rentas publicas y de las minas del Estado en la antigua Roma”. ¿Cuál es la diferencia? El recaudador, como hoy lo entendemos, es un empleado que cobra un sueldo por hacer su trabajo. Los dineros recaudados, se entiende, son entregados al erario. No así el publicano que arrienda el cobro, hoy diríamos que remata los impuestos o gravámenes. Pongamos como ejemplo que en un pueblo existe el impuesto de degüello, o sea, que por cada res o cerdo que se sacrifique para comercializar la carne, hay que pagar un impuesto. Una persona remata y paga por adelantado el impuesto y asume el derecho a cobrarlo. Quien remata esa renta es implacable en su cobro pues tiene que resarcirse de la suma entregada y hacer su propia utilidad. Al publicano del Israel antiguo se le suma la circunstancia de que el impuesto era recaudado a nombre del Imperio Romano, bajo cuyo dominio estaba el pueblo de Israel. Podemos imaginarnos la repulsa que para los israelitas significaba la presencia de un publicano. *Asesor Portuario fhurtado@sprc.com.co

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