Columna


El hijo pródigo

ADOLFO GÓMEZ AGÁMEZ

04 de febrero de 2011 12:00 AM

ADOLFO GÓMEZ AGÁMEZ

04 de febrero de 2011 12:00 AM

Meditando junto con el Padre Henri Houwen en el libro “El regreso del hijo prodigo”, encuentro las enseñanzas que nos aporta para nuestra vida ontica el análisis del padre, del hijo menor y del hijo mayor reseñado en ella.
El padre Houwen, nació en 1932 en los Países Bajos y murió en su comunidad el Arca, en Canadá  en 1996. Fue profesor de varias universidades norteamericanas y de allí nació el deseo de trasladarse a la comunidad que lo acogió como sacerdote católico en Daybreak, Toronto, en donde se convirtió en un importante escritor de espiritualidad.
Él mismo se refiere a su libro  basado en la pintura “El regreso del hijo prodigo” de Rembrandt, como si se tratara de su propia obra, un cuadro, dice el autor, que contiene no solo lo esencial de la historia que Dios quería que el pintor contara a los demás, sino, lo que El mismo, como sacerdote católico, quería contarle a los hombres y mujeres sobre Dios.
Se puede decir que en el cuadro de Rembrandt, está todo el evangelio, porque  es una misteriosa ventana a través de la cual se puede poner un pie en el reino de Dios.
Personalmente, lo mismo que al autor, el leer con detenimiento el pasaje del hijo prodigo por primera vez y que se encuentra en Lucas 15, 11-32 , me marcan tres fases, la primera, ser el hijo menor, porque  la intensa búsqueda, mi marca temperamental, que por mi historia me ha convertido en un ser orgulloso, prepotente y ambicioso , me ha llevado a verme muchas veces perdido y abandonado,  queriendo conseguir mis metas con mis fuerzas ,pero, al final, derrotado más de una vez, olvidado muchas veces por los amigos, me he sentido, igual que aquel joven andariego, sin hogar y muy cansado.
Y el ver la manera tierna como el padre apoya sus manos en los hombros del joven hijo y de acercarlo a su corazón, me hace sentir profundamente que el hijo prodigo soy yo y  me impulsa a volver hacia El para ser abrazado y perdonado.
Pero, también he visto mis celos, mi cólera, mi susceptibilidad y mi resentimiento, mi intolerancia y la no aceptación del otro como es y  eso me lleva  identificarme con el hijo mayor y aunque no he salido de casa ni he malgastado mi herencia conservando mi primogenitura, también estoy tan destruido como el menor.
Ya identificado con el hijo menor y con el mayor, caigo en cuenta que a lo mejor estoy llamado a ser como el padre, en quien se conjuga, el dolor, el perdón y la misericordia, porque el dolor es una oración, el perdón es un camino para destruir el muro que no me permite aceptar a los otros como son y con la misericordia trasciendo al despojarme de lo que me mantiene separado de los demás, o sea, lo material, lo intrascendente.
Para terminar, me atrevería a afirmar que este pasaje bíblico es tan importante, que si quemaran todas las Biblias del mundo y dejarán solamente esta parábola del evangelio de San Lucas y se pusiera en práctica, el mundo y en particular nuestra Colombia, nunca se destruiría y el hombre seria un ser pacifico y misericordioso.

*Dermatólogo

a_gomezagamez@hotmail.com

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