Columna


El machismo más dulce

VANESSA ROSALES ALTAMAR

13 de noviembre de 2010 12:00 AM

VANESSA ROSALES ALTAMAR

13 de noviembre de 2010 12:00 AM

Hace unos días, recibí el comentario de un lector amable sobre la última columna publicada aquí. Un comentario que, aunque respetable, me preocupó. El tema era la nueva reglamentación que entraría en vigencia en una localidad italiana. Allí, el alcalde, velando porque el lugar se vuelva un imán turístico debido a su dotación de valores, decidió prohibir, entre otras cosas, el uso de minifaldas, tacones y escotes. Es decir, penetró en un terreno intocable: el derecho a expresarse a través del vestir. En su mensaje, el lector expresa que, a consideración suya, la feminidad debe ser manifestada siempre a través del decoro, que hay que entender al alcalde –cito textualmente- “pues los extremos incitantes en una mujer conducen a la lujuria masculina y posiblemente a la violencia sexual”. En primer lugar ¿qué y quién exactamente define lo que es el decoro femenino? ¿Una mirada machista, retrógrada y supremamente patriarcal como la del lector y el alcalde italiano? Lo más alarmante es que se piense que una mujer que usa escote, minifalda o tacones “extremos” está incitando a una violación o una manifestación de lujuria agresiva. Mejor dicho, que una mujer que escoge usar tres cosas simbólicas de feminidad, se esté “buscando” que la violen o lastimen. Estoy segura de que a muchas mujeres les pasa que, en la calle, el piropo se convierte con frecuencia en una manifestación cómica de primitivismo. A veces pasa que un hombre, que ve pasar lo que sea que tenga vagina, se descontrola hasta tal punto que, en vez de mascullar algunas palabras, puede recurrir incluso al ladrido. Sí, hay hombres que para dar piropos callejeros no hablan, ladran. Y dirigen su sonidito animal a una mujer que viste jeans o pantalón, no minifalda. A la mayoría de las mujeres, el morbo y la lascivia callejera les resulta desagradable. ¿Qué creen exactamente los hombres que lo hacen? ¿Qué vamos a salir corriendo a sus brazos, que abriremos las piernas porque nos muestran nítidamente cuán animales son sus pensamientos sexuales? A lo que voy con eso es que detrás de ese pensamiento hay obtusidad y mucho primitivismo. Es pensamiento de perrito. Y eso me lleva al siguiente punto. Mi lector me acusa de ignorante porque llamo “harapos” a la ropa con la que cubren a las mujeres en la ortodoxia árabe. Pero mi querido lector, usted mismo reconoce que el “extremo femenino incita a la violencia sexual”, por lo que usted mismo comprueba que mi teoría es cierta. Allá nos tapan porque los árabes ortodoxos nos perciben como criaturas demasiado provocadoras como para que podamos andar por ahí como somos. Allá los hombres necesitan tapar a las mujeres para poder controlarse. Además, ¿quién dijo que la mujer árabe ortodoxa tiene libertad para elegir si es cubierta o no? En esas latitudes del mundo, las mujeres nacen y mueren en una atmósfera que dictamina que deben cubrirse por “decoro”, porque se supone que respetan y se adhieren a semejantes convicciones enfermizas. Seguro que sí hay mujeres que han salido a Occidente y aún así escogen cubrirse alguna parte del cuerpo como emblema de su procedencia, pero la verdad cruda es que allá las mujeres no escogen, no se inventaron esa regla. Les recuerdo que estamos hablando de la ortodoxia, de los lugares en que una mujer no puede siquiera hablar con un hombre que no sea de su familia porque quizá la inmolan. ¡Oh, el machismo que aún vive entre nosotros!

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS