Columna


El magistrado discreto (2)

ROBERTO BURGOS CANTOR

02 de julio de 2011 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

02 de julio de 2011 12:00 AM

En el vacío de la ilusión derivé cierto consuelo de las aventuras del amor y de la amistad. De estas conocí por José Viñals y su clarividencia de delirio que asomaba en la avanzada noche con la complicidad del cofre de Lautreamont y alguna estrella fugaz.
Encontrarme entonces con los maestros de Derecho me enseñaba, un posgrado de la vida, las formas en que los seres humanos eran capaces de sobrevivir en un mundo de oprobio sin entregar la digna persistencia de la esperanza.
Antes, por el margen de azar de la existencia, unos cartageneros nos reuníamos para indagar el pasado y llamar a campana el porvenir.
Después se redujo la estimulante algarabía y pocos Caribes alentamos el ánimo de abrazarnos sin horizonte previsto. Fue usual que José A Bonivento, Pedro Lafont, Arnulfo Julio, Óscar Alarcón, nos encontráramos para el ejercicio indispensable de repasar los días. Allí estaba cada vez Fabio Morón.
Íbamos a un sitio hospitalario. La sobrina predilecta de Bonivento, una excelente notaria, abría el sigilo de su casa para las conversaciones sin agenda donde los rigores del corazón imponían su latido sin papel sellado. Ella, Esther Maritza, recibía del tío la contención a la proclividad Caribe de ir convidando al mundo para meterlo en la casa. Sin falta, con humor atento, su marido Miguel Leonidas, prohombre de Mahates, escoltaba el diálogo abierto.
Con Bonivento y Lafont, acordamos rogarle a Fabio Morón que escribiera, Balzac contemporáneo, las corrientes ocultas que rompieron el corsé que impedía al país divisar su horizonte tantas veces escamoteado.
No es secreto que Fabio Morón fue definitivo en la apertura política y social. Nunca supimos por qué no se animó a escribir esa memoria de momentos claves del destino nacional. Es probable que ahora la Facultad de la Universidad de Cartagena, de la cual fue Decano, pueda recoger una selección de las sentencias que preparó como ponente y hacer una edición crítica. Tal vez con prólogos de Rodrigo Uprimny y Julio Ortíz, dos de sus magistrados auxiliares de la etapa de la Corte Constitucional. De la época de la Sala Constitucional de la Corte Suprema también debe haber material de interés.
Siempre lamenté ese silencio. Dejé de insistir el mediodía en que el maestro Bonivento me aconsejó: no menciones más el libro, vamos a mortificar a Fabio. Esta delicadeza del amigo me reiteró una enseñanza. A la gente se la quiere por lo que es, no por lo que se espera de ella. Sin embargo muchos nos hicimos en el riesgo de los surrealistas: Usted es su realidad más mi sueño.
En los colombianos hay una disyuntiva. Entregar sus esfuerzos a la formación de humanidad en el barrio, loable. O apuntar al todo del cual somos parte. En uno y en otro la exigencia, la crueldad, el amor, son distintos.
Me alegra la voz de bromista de Fabio Morón, por teléfono, cada diciembre diciéndole a mi madre: es la Lotería de Bolívar. O cuando los whiskys adormecen y exaltan en la casa de Ilona, acudiendo a mi hermana Sonia para aliviar de manteles, copas, tenedores, cuchillos, medias de seda, pintalabios, con que llenaba los bolsillos de mi padre.

*Escritor

rburgosc@postofficecowboys.com
 

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