Columna


El origen de la conciencia

ALBERTO ARAÚJO MERLANO

07 de julio de 2012 12:00 AM

ALBERTO ARAÚJO MERLANO

07 de julio de 2012 12:00 AM

Mi excelente amigo y cardiólogo Carlos García en su columna de El Universal del 20 de junio titulada “El Cerebro”, escribió: “Nada hay más enigmático que el cerebro, aún más si es el cerebro de un humano. A pesar de toda la ayuda tecnológica de última generación, nos falta mucho para entender completamente los mecanismos que susten-tan su funcionamiento. En algunas áreas co-mo la conciencia y en sí mismo prácticamen-te nada sabemos. Antonio Damasio, portu-gués, neurólogo, ha pasado media vida estu-diando este tema: cómo pensamos, cómo se formó la conciencia, cuáles son las bases mo-leculares de la mente”.
En mi humilde opinión el doctor Dama-sio y sus numerosos colegas que dedican su vida a encontrar en el cerebro físico “las bases moleculares de la mente” están perdiendo el tiempo porque las están buscando en el lugar equivocado.
El ser humano es un compuesto de cuerpo y espíritu y la mente reside en el espíritu que es invisible al ojo del hombre. En la mente es-tán las moléculas divinas, las semillas, los em-briones, los principios de la constelación espi-ritual, regida por el amor, que  forman las le-yes naturales que fecundan la inteligencia, los  talentos naturales, los buenos hábitos, la crea-tividad, la innovación y la excelencia.
Si estuviéramos dotados de capacidades sobrenaturales las podríamos observar como observamos el cosmos físico con nuestros cin-co sentidos pero cuando sin poder detectarlas físicamente creemos en su existencia invisible y las cultivamos, podemos desarrollar todas las potencialidades que tienen para llenarnos de paz, prosperidad y felicidad terrenales.
A través de la conciencia participa Dios en nosotros. El es el espíritu que junto con el cuerpo forma el ser humano. Los agnósticos no creen en esto. Rechazan las realidades que no pueden percibir con sus cinco sentidos. Por esta razón no pueden alcanzar la plenitud de su desarrollo ni la felicidad que solo pro-porciona el acatamiento de los dictados de la conciencia.
Pascal solía decir: “Prefiero equivocarme  creyendo en un dios que no existe, que equi-vocarme no creyendo en un Dios que existe.”
Y como Dios es amor todo cuanto hace-mos con amor es manifestación de Dios en nosotros. Lo opuesto del amor es el odio en sus diferentes manifestaciones, lo que genera el desorden y todos los padecimientos que su-fre el hombre.
Los animales disponen de su instinto para cumplir su misión. Los hombres disponemos de las leyes naturales impresas en la concien-cia para cumplir la nuestra.
Porque la cuidadosa aplicación de las leyes naturales impresas en la conciencias nos per-miten distinguir el bien del mal y son las he-rramientas que nos entrega el Creador para alcanzar la felicidad en nuestra vida terrenal y, en cambio, la inobservancia de esas leyes nos conduce a una existencia  desgraciada.
Incluso la persona atea que atiende los mandatos contenidos en las leyes naturales impresas en la conciencia puede desarrollar una existencia terrenal saludable, próspera y feliz. Sólo que la suya acaba con la muerte en tanto que para los creyentes, esa felicidad ex-perimentada durante su existencia terrenal se acrecentará y multiplicará cuando su espíritu contemple la magnificencia de Dios y disfrute de la felicidad eterna prometida por Él, des-pués de la muerte, a quienes, además, creye-ron en su palabra y cumplieron sus manda-mientos.

albertoaraujomerlano@hotmail.com

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