Columna


El patrimonio precolombino

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

09 de febrero de 2011 12:00 AM

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

09 de febrero de 2011 12:00 AM

Superar los homenajes que se han erigido en favor de la “conquista” nos ha costado tanto trabajo que cuando cambiaron al Teatro Heredia por el Teatro Adolfo Mejía, la ciudad pareció sucumbir en un desorden de la orientación: los taxistas no sabían a dónde dirigirse, los historiadores y algunos pensadores no podían comprender cómo con esa permutación nominal no habíamos desecho una historia entera, las personas perdían sus puntos de referencia, los vendedores de minutos hubieran vendido el día para conseguirse un mapa y hasta los carretilleros perecían ante la maldad de las cosas sin título ni registro. Era como si Cartagena fuera la Wandernburgo de Andrés Neuman, que cambiaba sus calles cuando pasaba al otro día y sus habitantes no supieran la nomenclatura exacta de lo que había sido el tiempo de ayer.
Pero si desubicarnos un rato es el precio de la dignidad, entonces quisiera ver a la Calle de la Moneda explayándose en los callejones de Daniel Lemaitre y a la Avenida Santander suplantando a la Perimetral. No entiendo algunas cosas de nosotros: se levanta una estatua a “Don” Pedro de Heredia, “nuestro fundador”, en pleno Centro de la ciudad y a unos cuantos metros después, en el Museo del Oro Zenú, hay escrito un cartelito explicando que Pedro de Heredia saqueó el oro de las sepulturas de Mogote en una expedición por el río Sinú y los valles del San Jorge y del Cauca.
Si el patrimonio histórico se merece a un tirano así, entonces no estaría mal erigir un busto de Pablo Morillo apenas al lado del Camellón de los Mártires, pacificándolos de nuevo, qué más da, después de todo no nos ha dolido todavía la India Catalina vigilando los mercados de deditos y chicharrones, quizás meditando con remordimiento la traición a sus dioses, su gente, su ascendencia de canales hidráulicos y arpones con huesos de dientes de sable, de tatuajes en achiote y jaguares dorados.
Algunos historiadores se ofenden a veces con estos cambios de nombres, pero es que ellos sólo recuerdan una parte del pasado, le dan valor de patrimonio al tiempo que conocen los europeos con Colón, se les olvidó que mucho “antes de la peluca y la casaca” (cantó Neruda) existió una época donde los muertos iban a un cielo subterráneo mientras sus cuerpos dormitaban bajo las raíces de un árbol, donde las garzas morenas nacían de la tumbaga y los brasieres tenían cocodrilos estampados, eso si no, para los ancestros de la ciudad Cangrejo (Calamarí) no hay más estatuas que la india que los entregó a los bandidos españoles y su arrogante esclavización. Si yo fuera quién aquí quitara nombres y monumentos, des-nombrara a la Avenida Pedro de Heredia porque bien me suena a poesía la Avenida del Zenú, al Teatro Colón le pondría el Teatro Biohó.
Exageramos si pensamos que todo lo que quedó de la colonia fue una huella de la indignidad, sin embargo el verdadero patrimonio histórico de la humanidad no está en las murallas, ni en el castillo San Felipe, ni las casas de balcones con trinitarias.
Aquello está un poco más atrás.

*Estudiante de Derecho de la Universidad de Cartagena

arquerolivero@hotmail.com

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