Los funcionarios del Gobierno que llevan tres meses trabajando en el plan de desarrollo que presentaron ayer deben estar desencantados. A pesar de su importancia, ha sido recibido con entusiasmo escaso y divulgación inadecuada. El día anterior al lanzamiento, La República se lo atribuyó a una consejería de la Presidencia y no mencionó siquiera al DNP. Después del lanzamiento, El Espectador le dedicó una columna en una página interior. El Tiempo, implícitamente el diario oficial, hizo un análisis aceptable (también Portafolio,), pero no le otorgó la importancia que le dio, por ejemplo, a la política educativa. En El Colombiano destacaron más la escasez posible de gas y la solidaridad de FENALCO que el Plan, y en La Patria, de Manizales, toda la atención económica la recibió el problema de Aerocafé, en Palestina. El plan contiene las prioridades del Gobierno en las áreas que regirán la economía en los próximos cuatro a ocho años y presenta metas concretas para cuatro años. Este es un esfuerzo meritorio y una muestra de seriedad y buen gobierno, pues da elementos claros para juzgar los objetivos de la Administración y sus criterios cuantitativos, que nos permitirán evaluar el progreso, la calidad de gestión y de las políticas públicas adoptadas. El gobierno propone un crecimiento anual promedio del PIB en los cuatro años de Santos, de 6,2 por ciento. Es una meta clara, fácilmente observable y difícilmente alcanzable, ya que desde hace tiempo el crecimiento anual supera sólo ocasionalmente el 5 por ciento (4,6% en promedio entre 2001 y 2009). El Plan del Gobierno anuncia que restituirá un millón y medio de hectáreas a ciento ochenta mil familias; generará cien mil empleos rurales nuevos sacar a 2.5 millones de personas de la pobreza; bajará el desempleo a un dígito; formalizará a 350,000 informales; y creará 150,000 puestos nuevos para jóvenes. Se compromete a duplicar la red de carreteras de doble calzada y el esfuerzo en recuperación y mantenimiento de carreteras; y anuncia que construirá 75,000 kilómetros de “caminos para la prosperidad”, cuando el propio Ministro de Transporte no puede llegar a su ciudad natal por tierra ni por aire. Promete un millón de cupos nuevos en los colegios de primaria, cuatrocientos mil cupos en educación básica y media, y un gran impulso de la educación superior. Aspira atraer USD$13,000 millones anuales de inversión extranjera (en el primer semestre de este año llegaron USD$3,100 millones) y exportar USD$52,000 millones por año, lo que representaría un crecimiento anual del 8 ó 9 por ciento. Estas son metas ambiciosas porque el mundo no ha salido de la crisis, y nuestra moneda está sobrevaluada en términos reales. Andrés Velasco, coartífice del éxito de Michelle Bachelet en Chile y uno de los pocos ex ministros exitosos que vienen a dar línea (por lo general lo hacen los que no pudieron prevenir o causaron desastres en sus propios países) opina que los gobiernos no deben prometer programas difíciles de cumplir y que deben prepararse antes de lanzarse a hacer reformas. El futuro dirá si el Plan propuesto cumple ambos requisitos, pero no es un proyecto que podemos ignorar sin hacer todo lo posible para que se pueda cumplir lo que promete.
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