Columna


El Profe

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

10 de abril de 2011 12:00 AM

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

10 de abril de 2011 12:00 AM

Cierto día tocó a la puerta de la casa cural un amigo de toda la vida. Era uno de mis profesores del Liceo de Bolívar. Supo que yo era párroco de aquella comunidad y ahora estaba allí, frente a mí, haciéndome preguntas. Vivía una experiencia bonita y buscaba que alguien le diera una mano. Bautizado, pero sin encontrar nunca a Cristo, vivió la mayor parte de su vida en la superficie de sí mismo. Siendo adulto profesionalmente, se había quedado pequeño en la fe. Buen profesor, querido y recordado por todos, pero al mismo tiempo atormentado por el vacío interior y por la falta de respuestas a preguntas fundamentales: la vida, la muerte, el sufrimiento, la historia: ¿qué sentido tiene todo esto para un hombre inteligente?
Leyó libros, estudió la espiritualidad oriental, siempre tras una luz. Se relacionó con muchas personas y con instituciones filantrópicas tratando de encontrar aquella experiencia trascendente de la cual tenía un hambre insaciable. Un día entró a la librería Paulo VI y vio un libro pequeño, casi insignificante, pero su título lo dejó frío: “Historia de un Alma”. Lo compró y esa misma noche empezó a leerlo. Es la autobiografía de Santa Teresita del Niño Jesús, una joya de la espiritualidad cristiana. La experiencia de la monjita tocó el corazón del Profe. Finalmente encontró la luz que buscaba, el verdadero Dios que había deseado ardientemente conocer. Finalmente encontró respuestas sobre el sentido de la vida, muerte, sufrimiento y de la historia.
Este fue el profesor que llegó a la casa cural, enviado por otro alumno suyo, amigo mío. Su problema ahora era otro: ¿Cómo conservar aquella luz que con tanta fatiga y sacrificio había encontrado? ¿Cómo responder a aquella gracia de Dios? ¿Cómo responder a su amor? ¿Qué hacer en concreto para cultivar la gracia recibida y no perderla en medio de la bulla y de la agitación de un mundo en el que a Dios se le deja poco espacio? En vano, me decía, he buscado una persona que me entendiera y me ayudara, encontrando sólo el calificativo de “goloso espiritual”.
Este era un hombre que deseaba vivir su nueva exigencia espiritual, que vivía plenamente su condición de hombre casado, de padre y de profesor ya cercano a su jubilación. Hablamos por largo rato, almorzamos juntos y en aquel encuentro yo recibí parte de la gracia que él ya había encontrado. Aquel profesor había encontrado a Dios y se había enamorado de Él. “Vivo la misma experiencia que he vivido en mi noviazgo con la que hoy es mi esposa. Cada vez que pienso en Dios me conmuevo como cuando tenía una cita con ella, aún si era a escondidas de sus padres”. Eran sus palabras.
Aquí pude ver cómo Dios lo había aferrado a su corazón de Padre en una sola noche, y él se había dejado aferrar. Dios lo había quemado con el fuego del Espíritu Santo y él se había dejado quemar, deseando al mismo tiempo conservar la luz de aquel fuego interior. El Profe respondió a la llamada a la santidad.
A los santos es Dios quien los hace. Él toma la iniciativa y después nos agarra fuerte como a Jeremías. Nuestra responsabilidad principal es dejarnos agarrar, iluminar, quemar y santificar, colaborando con buenos cristianos en la construcción del Reino a través de una vida de fe y de servicio en la caridad. Gracias Profe.

*Director del Programa de Desarrollo y Paz del Canal del Dique.

ramaca41@hotmail.com

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