Columna


El síndrome de Adriano

MARIO MENDOZA OROZCO

07 de febrero de 2011 12:00 AM

MARIO MENDOZA OROZCO

07 de febrero de 2011 12:00 AM

En 1999 publiqué en Acta Médica Colombiana un artículo que posteriormente fue reproducido en España, Argentina y –traducido amablemente al inglés por Lourdes de Zubiría– en una sección electrónica internacional de la revista The Lancet de Inglaterra. En dicho artículo describí el síndrome que sirve de título a esta columna como “toda actitud prepotente, arrogante o deshumanizada del paciente, sus familiares, sus representantes legales, los responsables de su seguridad social u otros, que pretenda menoscabar injustamente la importancia y la calidad del acto médico realizado por un profesional ético y competente, cualquiera que sea su fin o intención.”
Esta descripción fue motivada por el talante de “emperadores” que asumen ciertos pacientes e instituciones que luego de solicitar los servicios de los médicos se niegan a cancelar los honorarios o lo hacen parcialmente y con meses de retraso. Muchas veces es evidente una actitud despreciativa por parte de algunos personajes e instituciones que parecen decirle a uno que es un honor para nosotros que ellos nos hayan escogido para atenderlos y que es una descortesía intolerable que nos atrevamos a cobrarles, sin que les importe el hecho de que nosotros vivimos del ejercicio profesional.
Han pasado once años y el síndrome, lejos de mermar, se ha vuelto endémico, y aunque sigue presentándose a nivel individual (hace poco fui víctima de un episodio menor pero no por eso menos desagradable), desde hace rato tiene predilección por las instituciones, ocasionando huelgas, cierre de hospitales y otras desventuras cotidianas que afligen al gremio. Veamos: “Médicos de ESE están dispuestos a irse a paro” (El Universal, Febrero 2/2011); “Hospital Universitario del Caribe está en crisis porque no le pagan” (El Universal, Enero 28/2011). Estos titulares han sido recurrentes desde que entró en vigencia la Ley 100 de 1993, que convirtió a la medicina en un negocio donde medran intermediarios, al médico en un obrero mal pago cuyo salario depende de mecanismos administrativos corruptos y a los pacientes en “clientes” incómodos cada vez que se enferman, y que entonces deben mendigar por una atención oportuna e idónea. Pero antes, cuando la salud era cuota electoral de ciertos clanes políticos, las cosas no eran mejores: “Hace 25 años: Crisis en hospitales tocó fondo” (El Universal, Febrero 4/1986).
Estudiar medicina es costoso y ejercerla también, puesto que quien ejerce a conciencia nunca deja de estudiar. Las revistas y los libros de texto médicos son costosos y cuesta también el tiempo que tenemos que invertir en actualizar la información para poder brindar una atención de calidad a nuestros pacientes. Pero además el ejercicio profesional es peligroso: quien responde por las consecuencia de los actos médicos no es el intermediario sino el mismo profesional, que muchas veces debe ejercer bajo múltiples presiones y en condiciones de desventaja ante monstruosos aparatos burocráticos cuya principal ética es la del lucro.
La sociedad entera debería protestar ante esta degradación sistemática a la que está siendo sometida la medicina, pues en últimas son los pacientes quienes saldrán perjudicados por el maltrato a los médicos, cuyo trabajo debería ser siempre valorado con justicia y sin egoísmo.
NOTA: Los invito a leer el Síndrome de Adriano en: www.mariomendozaorozco.com/?p=4

*Médico y escritor

mmo@costa.net.co

 

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