Para muchos es motivo de preocupación el tratamiento dado a la educación superior en el Tratado de Libre Comercio (TLC) de Colombia con los Estados Unidos, que entró en vigencia el pasado 15 de mayo. El asunto tiene varias implicaciones que conviene aclarar.
Desde 1995, la Organización Mundial del Comercio había incluido a la educación como un servicio transable internacionalmente, al igual que otros servicios, la movilidad de capitales o los derechos de propiedad intelectual. Al negociar y firmar el TLC se acordó incluir las entidades sin ánimo de lucro, como lo son en Colombia las universidades, entre las llamadas medidas de disconformidad. Es decir, Colombia no aceptó que la educación quedará libre en el Tratado. Por lo tanto, ninguna institución norteamericana puede tener presencia en nuestro país, a menos que se someta a la normatividad colombiana: constituirse en una entidad sin ánimo de lucro y/u ofrecer sus servicios en convenio con una institución de educación superior colombiana.
Estas medidas de disconformidad, además, establecen el criterio de la “presencia local”, de manera que el inversionista extranjero debe cobijarse bajo las normas jurídicas de cada sector. Una universidad sin ánimo de lucro le cambia el esquema al empresario: en Colombia no pueden establecerse instituciones de educación superior que repartan utilidades. Por supuesto, las instituciones colombianas pueden establecer convenios o contratos con las de Estados Unidos, en los cuales se pague un determinado valor por un servicio, ya que esto no riñe con el no ánimo de lucro.
Para las universidades colombianas, el problema no es, entonces, tanto el ánimo de lucro como lograr altos estándares académicos para hacerlas competitivas y que cumplan a cabalidad su cometido en el nuevo escenario. Como se trata de lograr la excelencia educativa como factor para ganar en los TLC, no parece pertinente comprometer elementos de medidas de disconformidad como “la presencia local”.
El TLC debe significar un quiebre en la educación superior colombiana en otro sentido: incentivar a nuestras universidades a asumir el reto de la calidad y la excelencia con claridad de propósitos, entusiasmo y convicción. Necesariamente, las nuevas condiciones del entorno inducirán a rediseñar currículos; desarrollar nuevas competencias; crecer en bilingüismo; crear carreras en minería, agricultura tropical, logística, derecho internacional; construir nuevas instalaciones y laboratorios; ponerse a tono en comunicación de datos; entrenar profesorado; congregar investigadores, entre otros muchos cambios.
Para las universidades colombianas es la oportunidad de internacionalizarse apropiadamente y de facilitar la movilidad de expertos, académicos e investigadores desde y hacia las mejores escuelas del mundo, entre las cuales siguen descollando muchas norteamericanas. De allí pueden surgir agendas educativas y científicas conducentes a un sistema de cooperación orientado hacia la innovación y estudio de la problemática del desarrollo regional y global.
El TLC con Estados Unidos, en suma, es un acicate para subir el peldaño que nos falta: entrar de lleno a un mundo académico globalizado, aportando lo que tenemos y recibiendo en condiciones de igualdad lo mucho que nos falta para cooperar unidos en el desarrollo internacional. Estamos en la obligación de hacer todo el esfuerzo para no perder la apuesta.
*Rectora de la Universidad Tecnológica de Bolívar
rectora@unitecnologica.edu.co
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