Columna


En busca de la felicidad perdida

ILIANA RESTREPO HERNÁNDEZ

04 de enero de 2012 12:00 AM

ILIANA RESTREPO HERNÁNDEZ

04 de enero de 2012 12:00 AM

En esta época nos da por hacer balances, pronosticar, tener buenos propósitos y creer que todo acaba el 31 y empieza otra vez el 1º de enero. Habrá un nuevo gobierno y muchos diagnostican y aconsejan. Es bueno que editoriales y columnas pongan el dedo en las múltiples llagas para llamar la atención de los nuevos gobernantes. Los retos son múltiples y enormes.
Pero nadie menciona la felicidad como objetivo, a pesar de que en el acta de independencia de Cartagena, dice que el principal fin de un gobierno debe ser la felicidad y que el pueblo de Cartagena decide independizarse, haciendo uso de la “facultad que tiene todo pueblo a separarse de un gobierno que lo hace desgraciado”. ¿Cuándo dejó de ser la felicidad el fin del gobierno y por qué los pueblos no se rebelan cuando éste los hace desgraciados? Definir y medir la felicidad no es fácil. Se confunde con alegría, con placer, con tranquilidad. Y aunque tiene un poco de todos, no es ninguno. Es más bien un bienestar que brota de la unión física y espiritual (no confundir con religión).
Se dice con desparpajo que Colombia es de los países más felices; yo no lo creo. Tal vez alegres y apasionados…; pero ¿felices donde hay tanta desigualdad? ¿Donde no todos tienen las mismas oportunidades? ¿Donde tantos no tienen con qué comer o dónde dormir? ¿Donde pocos sueñan porque “esperan sin esperanza”?
Quienes tienen muchos bienes, la buscan en ellos y aplauden la célebre frase de Óscar Wilde: “el dinero no da la felicidad, pero produce una sensación tan parecida que necesita un especialista avezado para verificar la diferencia”. Entonces, derrochan buscando comprarla. En la sociedad de consumo que se consume a sí misma, es cada día más esquiva. El filósofo francés Serge Latouche, dice: “hay que vivir mejor con menos para encontrar la felicidad; la gente feliz no suele consumir". Vemos en el mundo un malestar creciente. La gente no se siente feliz y reclama airada otras formas de vida. Los indignados de España y Wall Street o las protestas en los países árabes, son manifestaciones de infelicidad buscando cambio de paradigmas. La felicidad es la máxima aspiración humana. Por ende, como dice nuestra acta de independencia, debe ser el objetivo primordial de los gobiernos y de los ciudadanos.
Buscando, encontré un pequeño país en los Himalayas que llaman “el reino de la felicidad”. Bután no mide su progreso y desarrollo por el PIB sino por el FIB (Felicidad Interna Bruta). Su gobierno se preocupa por tener una economía floreciente, solo para obtener los fondos suficientes y dar a la gente lo necesario para alcanzar la felicidad. Las decisiones políticas se toman con base en la felicidad que dan al pueblo. Sus principales valores son: felicidad, igualdad de género y preservación medioambiental. Su utopía ya no es aislada, se han realizado cinco congresos internacionales sobre FIB.
¿Por qué no adoptar sus metas e indicadores, en vez de seguir aferrados a un sistema que tiene al país tan pobre, tan desigual y sobre todo tan desgraciado? Señores Terán y Gossaín, ahí les dejo mi consejo. ¡Éxitos en su gestión!

*Directora del área de internacionalización de la UTB y Estudiante de literatura virtual de la UNAB.

iliana.restrepo@gmail.com

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