Columna


En estos días de paro

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

09 de noviembre de 2011 12:00 AM

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

09 de noviembre de 2011 12:00 AM

En estos días de paro me levanto tres horas después que de costumbre. Duermo más pero descanso menos, la reforma a la Ley 30 avanza a dos trámites por hora. Soñar alguna cosa maravillosa en la noche deja la enseñanza de que en ocasiones la mente es más rápida que los cambios sociales, las revoluciones están todas completas en la cabeza. Estos días de paro que no se sienten como las vacaciones, es triste tener que pedir prestada la plata para comprar una clase frente al tablero, que mientras el futuro de la sociedad nos mantiene aturdidos también tienes que pensar en el presente educativo, en el precio de sentarse sobre las sillas de las aulas y la factura de los libros de segunda mano, en la idea de que las leyes de la oferta y la demanda son del mismo modo criterios para hacer funcionar los derechos fundamentales. No quedan horas para gastarlas cantando en el baño o analizar el curso zodiacal de las estrellas en la rotación de la Tierra.
Días de paro en que se organizan bandos universitarios en las fiestas de Independencia para protestar culturalmente en contra de una reforma que promueve la autofinanciación de las universidades públicas, una paradoja extraordinaria, y las paradojas son la base de la historia.
En los primeros días de paro era fácil decir que había que gritar bien fuerte para que se escuchara la protesta, perturbar el aire con una rima, erosionar la voz con la canción de las vocales desde donde salía la “a” a privatizar y terminábamos en la “u” de la Universidad, cosas de personas inconformes: la queja que se detona en los labios como una pancarta de sonido. Pero hicimos una Marcha del Silencio, nos pintamos de mimos y de momias amarradas, salimos encueros y sin decir una sola palabra, porque los silenciosos hacen la bulla de los que están pensando, con la fisonomía del indignado y del golpe de estado, mostrando una irónica sonrisa de témpera. Esa tarde el silencio era el disparo de la conclusión intelectual.
La misma afonía de la educación pública que muchas veces he visto dentro de un ataúd entre las multitudes de la marcha, la metáfora del verdadero sistema educativo que más bien parece una fotografía. La voz quebrada del reloj biológico que me despierta tres horas después que de costumbre sin poder descansar algo, el silencio de los últimos actos de la muerte, del alfabeto de las pantomimas y del código mojado de los besos sobre otra boca, el silencio de las personas leyendo un libro a solas, el inconseguible silencio de las bibliotecas del colegio, fuimos eso, un corte por mora al servicio de las expresiones orales, una reflexión de estatuas milenarias, un mensaje de dibujos sin volumen. 
¿Quiere decir que nos callaron, que al fin nos pusieron una plasta en la boca para que dejáramos de joder? No. Sólo entendimos que a veces el mudo hierve por dentro, la lengua está en el gesto, toda la mirada guarda un párrafo de candela.

*Estudiante de Derecho de la Universidad de Cartagena

orolaco@hotmail.com

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