Columna


Muchos buenos ciudadanos experimentan desazón por la aparente interinidad en el cargo de Alcalde Mayor de Cartagena. Asumen que la ausencia del elegido, Campo Elías Terán Dix, coloca la administración de la ciudad en incertidumbre y suspenso.
Esas preocupaciones no consultan la realidad. A pesar de las mezquinas noticias sobre la salud del Alcalde, que incitan toda suerte de especulaciones sobre las enfermedades que puedan aquejarlo, la cosa pública sigue su curso, quizá con mayor intensidad.
Los acontecimientos acreditan que la presencia de Terán Dix es irrelevante, salvo para los episodios pintorescos de improvisación y contradicción en que es insustituible. De los funcionarios de la administración brota espontáneo, sin asomo de disimulo alguno, el fastidio por la imperativa y omnipresente injerencia de la familia del Alcalde. Así que puede Terán Dix tomarse largo período para vencer los achaques que lo asedian, que en esta Cartagena el mando seguirá, como venía desde su posesión, en manos de su familia.
Aunque tal práctica, cuyos orígenes próximos se remontan a la época de la primera alcaldía de Nicolás Curi, riñe con el ordenamiento jurídico y con la democracia, pues ni su esposa ni su hija ni ningún otro miembro de su familia ha sido elegido por el pueblo para asumir funciones oficiales, lo más irritante es que las cosas marchan mal. Pues a la injerencia impertinente se suma el desacierto.
A la administración le falta transparencia y muchas decisiones vienen envueltas en circunstancias que las hacen reñidas con la ética o, cuando menos, discutibles. En modo alguno puede predicarse que Terán Dix recibió una administración en aroma de pureza, pues desde el pasado cuatrienio emanan miasmas de Edurbe y Corvivienda; tampoco que él haya desgreñado lo que encontró ordenado. Lo que se le puede enrostrar es que lejos de mejorar, las cosas empeoran y que la ciudad transita por el borde de un despeñadero.
Desde luego, todo es susceptible de enderezarse, como también de empeorar, pues, como decía algún dramaturgo, lo terrible es que nunca nada es totalmente terrible.
Favoreceal señor Alcalde titular que Cartagena es una ciudad bajo el agobio de la afición por la apariencia. Le tememos a desnudar las verdades y a encarar las realidades, tal vez para eludir pagar el precio que tales actitudes comportan; tal vez por el juego de los intereses creados que coloca en último término el bien común. Por eso seguiremos proclamándonos una ciudad de ilustrados, aseada, ordenada y de buenos ciudadanos, aunque nos tropecemos a cada instante con niños sin escuela, con sucio y fetidez en las calles, con vehículos montados en las aceras o que no respetan cebras ni semáforos, con policías que están autorizando el estacionamiento en zonas demarcadas como de prohibido aparcamiento o recibiendo el soborno por la impúdica indulgencia con el infractor.
Andamos mal. Como decía Hegel, los acontecimientos gritan con fuerza por toda la tierra y podemos desoírlos, pero el destino castigará cruelmente a los que no sepan oír.
Se necesita que Terán Dix regresecon vigor suficiente para gobernar él y cesar a la familia regente, y decidido a gobernar en comunión con la ética, con gente sana y aferrado a principios de buena administración.

* Abogado – Docente de la Universidad del Sinú – Cartagena
h.hernandez@hernandezypereira.com

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