Columna


Enfrentar la violencia social

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

29 de enero de 2012 12:00 AM

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

29 de enero de 2012 12:00 AM

La angustia en la ciudad y el departamento ante la inseguridad urbana es muy notoria. La violencia de la calle nos tomó ventaja. Se le suma que a nuestros jóvenes sólo les ofrecemos sexo y violencia. Es la “basura cultural” diaria. El asombro y la reacción ya no existen. Llegamos a la indolencia, insolidaridad, impotencia, e inercia. Somos irresponsables ante los desastres naturales y cobardes frente al desastre de la criminalización del conflicto social.
No creemos en nada, ni en nadie. Ni en nosotros mismos. Ni que nadie pueda parar las muertes en Cartagena y no falta quien diga que quienes desean hacerlo pretenden alguna ventaja. Además, creemos que nada tenemos que ver con las soluciones. Son tarea del Alcalde, Gobernador y del Comandante...  allá ellos. La seguridad humana, tarea de todos, no tiene que ver conmigo. Ni siquiera nos interesa saber si aportamos a Distriseguridad.
Otra preocupación, no menos relevante, es que preferimos seguir hablando de las pandillas juveniles, cuando el fenómeno deberíamos comprenderlo desde la reconfiguración de las Bacrim en la cooptación de territorios, intereses, rutas y espacios de estas pandillas. La organización criminal de hoy tiene más fuerza desestabilizadora que hace cinco años. No podemos seguir hablando de lo mismo cuando hay categorías nuevas en el conflicto social que nos reclaman nuevas lecturas e interpretaciones. Comparto tres líneas para una posible hoja de ruta:
La primera es revisarnos en profundidad. Reconozcamos que no decimos toda la verdad y que no somos completamente buenos. Aceptemos que somos parte del problema, que nos cuesta resolver las diferencias, que el conflicto que se nos presenta a la vuelta de la esquina, no siempre lo resolvemos en forma adecuada. Que reaccionamos mal frente a dificultades con nuestros vecinos.  Que en un accidente de tráfico, perdemos los estribos.  Que llegamos aún a ser agentes de violencia y arriesgamos nuestra propia vida y la de la gente que amamos.
La segunda es firmar un nuevo pacto social. Un pacto que podamos renovar diariamente y evaluar periódicamente. Un pacto que ridiculice la violencia y construya una cultura del respeto a la vida. Un pacto que prevea los hechos violentos y evite las muertes violentas. Un pacto para vivir de manera decente. Un pacto que haga funcionar a las autoridades y al Estado con eficacia, con oportunidad y suficiencia. Un pacto que construya Estado, legitimidad y gobernabilidad. Un pacto que rompa el miedo, quebrante la impotencia, erradique la indolencia y construya una legión de ciudadanos de la convivencia capaces de avanzar mirándose a los ojos. Cartagena y Bolívar se merecen un pacto por la vida, la seguridad y la confianza.
La tercera es trabajar con base en los dos únicos elementos que hoy compartimos: el dolor y el amor. El dolor de quienes han perdido seres queridos en esta cultura que desprecia la vida y el amor porque los costeños tenemos unos amores incondicionales y unos amores conquistados en la vida que la llenan de sentido. El amor nos hace iguales. En él todos nos sentimos convocados por Dios,   que es amor, y nadie se puede sentir excluido. Hacer las cosas con amor es una necesidad vital, más aun si somos creyentes.

*Director del Programa de Desarrollo y Paz del Canal del Dique.

ramaca41@hotmail.com

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