Columna


Enigmas de compañía

ROBERTO BURGOS CANTOR

18 de febrero de 2012 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

18 de febrero de 2012 12:00 AM

Al comenzar el año, Gonzalo Márquez, director del periódico electrónico Con-fabulación, me recordó un compromiso. Lo habíamos hecho varios meses atrás en las calles de piedra de Quito, una de las noches apacibles en que se cuela hasta las alturas el olor a eternidad de las islas Galápagos.
El periódico literario del poeta Márquez, editor además del sello Común Presencia, ha logrado una justa aceptación y circula con entusiasmo entre lectores que han roto las celebraciones estrechas de las sectas.
El compromiso no era otro que correr los riesgos del impudor permitiéndole poner en su periódico el primer cuento publicado. Esa idea traviesa, que había iniciado con varios escritores leales a su vocación, constituye una referencia útil para establecer la ambición de los orígenes, la irresponsabilidad de los años dorados, o acaso las huellas indecisas de quien remonta una corriente desconocida y de rápidos turbulentos.
Una cláusula del pacto estableció que yo no le metería la mano de hoy, con algunas líneas del destino usadas, al cuento de entonces.
Debo confesar que me debo la lectura de cuanto he escrito. Es decir, la lectura sin los privilegios y limitaciones de quien es lector forzado de lo que va escribiendo. El que lee con las tensiones propias de la incertidumbre y del hallazgo.
El cumplimiento del pacto me condujo, con el solo rescate del cuento, a algún enigma que sigo sin resolver y sobre el cual apenas rondo conjeturas.
Por motivos que he relatado en otro espacio, Manuel Zapata Olivella recibió unos cuentos míos con el encargo de dictaminar si esas líneas servían para algo. El servir de lo inservible. No sirve a nada el arte.
Guardo memoria de un cuento cuyo personaje era un pintor. Éste no lograba dar con la forma de su obra. Otro no lo recuerdo. Y el que escogió Zapata Olivella para publicar en su revista. La número 3 de letras Nacionales, con el rostro familiar de León de Greiff sin los asedios del humo de su pitillera. Con ello respondió, de manera generosa, al asunto que le habían planteado. Y, a tal decisión, explicada por él en una introducción que escribió para referirse al cuento de un escritor veterano y el de este cachorro, acaso debo yo el estar inmerso en el bello lío de la literatura o como quiera llamarse esa compulsión de escribir historias.
Con los años he comprendido la decisión de Manuel Zapata al escoger un cuento cuya historia se inscribía en una temática cuyos fantasmas y tentaciones siguen tentando las búsquedas estéticas de muchos. El cuento La lechuza dijo el réquiem podía acercarse a un fuerte cuerpo de narraciones que por entonces se denominaba como de la violencia.
De alguna manera, desde la primera novela de Manuel, Tierra mojada, y lo que escribía por esa época, Detrás del rostro y En Chimá nace un santo, se percibía un interés por dar con las claves de esa desgracia colombiana que aún devasta los proyectos de convivencia.
Pero a mí me queda el misterio de saber por qué un escritor en ciernes, de las orillas del mar, fue atraído por ese mundo en apariencia lejano.

*Escritor

rburgosc@etb.net.co

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