Columna


Entre la alegría y la mugre

CECILIA LÓPEZ MONTAÑO

07 de enero de 2012 12:00 AM

CECILIA LÓPEZ MONTAÑO

07 de enero de 2012 12:00 AM

El fin de año en la ciudad amurallada es una explosión de alegría. Ya no son solo las celebraciones en los restaurantes y hoteles tradicionales, y cada vez más boutiques, sino de las calles mismas donde, con sillas alquiladas, todos arman su fiesta. Buenas orquestas que se escuchan por toda la ciudad, le dan a esta zona de Cartagena un efecto incomparable de celebración de fin y principio de año.
Este año parecería que hubiese venido mucho más gente porque la salida de la ciudad vieja y la entrada a Bocagrande estuvo imposible. Puede ser el sesgo de ser de esta parte del país, pero es difícil encontrar en Colombia mejor sitio para esperar un nuevo año. Pero no todo fue luces y alegría porque también la basura protagonizó el 31. A las dos de la mañana el Centro era un mugrero de papeles, vasos, confeti y botellas rotas.
Había mucha policía y se sentía mucha seguridad, pero la mugre no parecía importarle a nadie, ni a los hoteles, ni a los restaurantes, ni a la misma policía; solo a los pobres transeúntes que avanzaban entre el tumulto y la basura. La reflexión inmediata fue que el grueso de los asistentes a esta fiesta masiva provenía de otras regiones del país y muchos extranjeros, luego el diagnóstico era demoledor.
Lo que unos y otros, nacionales o no, no hacen en sus respectivas ciudades sí lo hacen en Cartagena. Esa se supone que es la crítica generaliza sobre la inversión foránea. Todos los días se escucha que los extranjeros protegen el medio ambiente y respetan las leyes en su país, pero vienen aquí a hacer todo lo que allá no les está permitido.
¿Por qué a estos turistas, que se supone quieren tanto a esta ciudad, que los colombianos consideramos nuestro tesoro, se les olvidan normas mínimas de convivencia y vuelven un basurero el Centro histórico? Pero más aún, ¿por qué las autoridades locales no tienen una estrategia para evitarlo? Aun frente al Hotel Santa Teresa, las calles eran un asco y no se veía una caneca. Si las autoridades esperan que Cartagena sea un centro del turismo más sofisticado del mundo, como parece ser, faltan estrategias claras y normas mínimas para sus visitantes.
Desde hace tiempo se viene insistiendo en que los habitantes de esta ciudad desarrollen las habilidades necesarias para atraer a ese turista que genera progreso y que no solo se satisface con mejores hoteles. Pero de alguna manera, no se ven avances en ese campo. Con contadas excepciones, se requiere más cordialidad por parte de las vendedoras de los almacenes; más deseos de complacer al cliente potencial, y esto exige preparación para este personal que proviene con mucha frecuencia de esa Cartagena olvidada que no ha recibido la educación básica requerida para atender un mercado de turismo de alto nivel. Más entrenamiento y de pronto mayores estímulos para que se entienda el turismo como una carrera son necesarios.
Además, y esto es crítico, no dejar que aquí en esta ciudad amurallada todo el mundo, nacionales y extranjeros, puedan hacer impunemente lo que les viene en gana y volver a esta bella ciudad un basurero. La rumba no puede terminar en semejante espectáculo.

cecilia@cecilialopez.com

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