Columna


Así como el paso de un año a otro pone a soñar a muchos en que la vuelta de hojas del calendario transforme su suerte, así también las elecciones despiertan esperanzas de cambio en las sociedades. Cada vez, empero, aumenta el número de escépticos y con ellos la displicencia ante la oportunidad de votar. Cualquiera que salga electo da lo mismo, es expresión corriente.
Cartagena muestra un recorrido de frustraciones sin grandes sobresaltos. Las ilusiones que siembran los elegidos, sobre todo en torno a la moralidad en el manejo de los bienes públicos, pronto se marchitan. La corrupción sigue campante, aunque cambie de personajes y modales, de escenarios y métodos, pero a pesar de lo que se quiera pregonar y hacer aparecer en los medios, Cartagena sigue en la olla y no en la que exhala aroma de pureza.
Los ciudadanos afincan la convicción de que el discurso moral en boca de los candidatos es pura letanía insincera. Ya el interés ideológico o puramente político desapareció y, a la vista del ciudadano, las candidaturas semejan empresas económicas en que los aportantes, no siempre de dineros honrados, de antemano han pactado la repartición del tesoro público.
El pasado de algunos candidatos, curtidos en el ejercicio público, sirve de refuerzo a esos conceptos. Muchos se preguntan cómo, con desparpajo, quienes dejaron una estela turbia tras sus desempeños anteriores en el sector público, ahora pretenden reclamar el apoyo popular enarbolando la bandera de la moral, que en sus ejercicios precedentes pisotearon.
Y el cuadro se agrava cuando se mira el entorno de algunos candidatos, cuyo corro de asesores y financistas más parece una asociación de bribones.
En esta perspectiva, para mayor desgracia, la venta del voto aparece legitimada ante los ojos de gran cantidad de electores. Si cualquiera que sea el elegido va a robar, pues que le cueste algo la patente y que ese algo se distribuya anticipadamente entre sus electores, y no sólo luego en el estrecho circulo de socios de partido o movimiento y patrocinadores económicos. Éste o parecido es el razonamiento que se escucha de algunos cuando se les interpela para que voten en conciencia.
Los candidatos que se consideran honestos, que pueden exhibir y defender un tránsito inmaculado por la administración pública o una trayectoria correcta fuera del sector oficial, bien harían en ser enérgicos e incansables en enrostrar las deudas que con la moral tienen algunos de sus contendores. El silencio puede llevar a que en la mente de las gentes se consolide la creencia de que todos son iguales.
De todos modos, el escepticismo será difícil de vencer, pues ni los candidatos ni las campañas, hasta ahora, ayudan a superarlo.
P. D. Como para las autoridades ambientales y policivas es invisible este paraje y para estos menesteres, el paseo peatonal de Manga es el espacio público destinado al depósito de excrementos de perros. Todos, menos las autoridades concernidas, pueden ver, casi en todo momento, el desfile de dueños y cuidadores de animales hacia las zonas verdes del paseo para dejar allí inmundicias. Vale preguntar ¿quién tiene más desprecio por la ciudadanía: la autoridad indolente o el dueño del perro?

*Abogado –Docente de la Universidad del Sinú - Cartagena

hhernandez@costa.net.co

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