Columna


Escudo contra el desencanto

PANTALEÓN NARVÁEZ ARRIETA

01 de octubre de 2010 12:00 AM

PANTALEÓN NARVÁEZ ARRIETA

01 de octubre de 2010 12:00 AM

La fotografía de una casa inundada, que este diario publicó en la primera página de la edición del domingo 19 de septiembre de 2010, nos recuerda que los inviernos traen calamidades para quienes viven en la Mojana. Los ríos que la atraviesan se desbordan, anegando las casas y arrasando los cultivos. Es una tragedia que se repite sin solución. A nadie le importa, ni siquiera a los damnificados, quienes, al parecer, se resignaron a su suerte, tal vez porque entendieron que es la oportunidad para que se ocupen de ellos, así sea mediante las limosnas que palian la escasez por pocos días, que los dirigentes convertirán en una cuenta por pagar, que llegará en la temporada de elecciones. Mientras no se modifique la óptica para ver el fenómeno, oiremos y veremos sobre las inundaciones, a pesar de conocerse las causas y las soluciones, que incluyen dragados de los cauces, recuperación de los caños, cesación de la tala de la selva que aún subsiste en las montañas, el empleo de técnicas menos destructivas para la explotación del oro, y la construcción de casas en lugares con menor riesgo de anegarse. Pero, ¿quién liderará la transformación? Hasta ahora nadie. Sospecho que ahí todos se habituaron a la desesperanza, que ya no creen en las promesas de redención y solo les interesa sobrevivir. Su travesía los obliga a superar incertidumbres y privaciones. Durante el verano se ahogan por la polvareda. En el invierno intentan no sucumbir ante el ímpetu de la corriente. Quizás estén convencidos de que basta vigilar el río para evadir sus arremetidas. Volver a ver el amanecer les da esa certeza, no importa que lo hagan sobre el techo de una casa y a su alrededor floten sus enseres. Para ellos el tiempo máximo se mide en días y cada amanecer es un triunfo. Lo demás son quimeras que no se cumplirán, incluidas las inversiones y las obras que se anuncian en el Plan de Desarrollo Sostenible de la Mojana, otro instrumento que nos recuerda que los de ahí han hecho de la amnesia un escudo contra el desencanto. Porque antes también escucharon los ofrecimientos de quienes ocupan u ocuparon los asientos de presidente, gobernador, alcalde, congresista o diputado, todos dispuestos a convertir a la Mojana en el paraíso, controlando las aguas y aprovechando la fertilidad de sus suelos y los paisajes que encantarían a turistas venidos de cualquier lugar. Pero ni siquiera la carretera que los aproxime a las rutas del comercio se ha concluido. Durante los últimos años no sólo hemos sabido de los disgustos y percances que la obra ha representado para los constructores, las autoridades y los habitantes de allá, sino, también, de la lentitud con que avanza. Por eso, o exhiben candor de púber o intentan distorsionar la realidad, aquellos que pregonan que el Plan de Desarrollo Sostenible de la Mojana o la creación del Fondo Regional de Compensación de la Periferia (que impulsará el gobierno ante el Congreso) constituirán los instrumentos para poner fin al drama de las inundaciones. Porque de ser cierto que resolvieron realizar las obras para amainar el impacto de las crecientes, me temo que los andinos están preparando el zarpazo para tomarse la región. Tal vez barruntaron que allí pocos piensan en el futuro, por tener que sobrevivir a la crueldad de su cotidianidad. *Abogado y profesor universitario. noelatierra@hotmail.com

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