Columna


Espantando fantasmas

CARLOS DÍAZ ACEVEDO

11 de enero de 2012 12:00 AM

CARLOS DÍAZ ACEVEDO

11 de enero de 2012 12:00 AM

(ahora de “género”) y de edad, de convertir las clases sociales en clases biológicas (“los jóvenes”, “las mujeres”, “los ancianos”, “los mayores” o “la tercera edad”) y transformar la política en simple sanidad pública, o peor aún, por eufemismos que remiten a colectivos sociales segmentados tecnocráticamente (las etnias, “los sin techo”, “los desempleados”, “los ilegales”, “los violentos”) que le van confiriendo una entidad fantasmagórica.
En lo que se refiere a los jóvenes en España, para los sociólogos Avello y Muñoz siguen siendo desconocidos para el mundo institucional, no existen a pesar de que la sociedad está preocupada o alarmada por ellos, sea que estos se presenten como víctimas o como amenaza. Para este comunicador que escribe, a los jóvenes de Cartagena y Colombia les pasa igual que a sus pares españoles, les sucede lo mismo que les ocurre en sus familias, casas y hogares, especialmente a los hombres jóvenes, a los pelaos, como lo describo en el libro “Fuera de lugar”, publicado recientemente. Son como fantasmas que desaparecen y aparecen en las mañanas muy temprano y en las noches muy tarde, que enredan todo lo que encuentran a su paso y acaban con todo lo que hay en las ollas y calderos, dejando una estela de bulla por el roce de los metales.
Como fantasmas que son, sus cuerpos y palabras no pesan mucho en la vida de sus familias y casas. La vida cotidiana del hogar, dulce hogar de los hombres jóvenes, atraviesa sus cuerpos y no reconoce sus voces y opiniones que en cambio sí se ven y sienten en la calle, dulce calle. Son fantasmas que asustan de noche, pero cuando están muy lejos de la casa y de la familia, cuando permanecen en la esquina o en la rumba hasta tarde en la noche, cuando hay peleas en el barrio o se oye a lo lejos la sirena de la ambulancia que se abre camino en medio de los ruidos nocturnos y sus camas permanecen aún vacías. Quienes más se asustan con estas situaciones son las viejas, que no duermen y no descansan hasta ver aparecer los cuerpos fantasmagóricos de sus hijos ante sus ojos. Son fantasmas raros, asustan cuando no los ven o están muy lejos. Al aparecer en la casa se acaba el miedo.
Son unos fantasmas, pero también unos vivos que viven de las vivas mujeres que sostienen con su presencia infatigable las casas y familias. Los jóvenes y las jóvenes son fantasmas que deben pronto adquirir vida propia en la casa, la familia, el hogar, pero también en la ciudad, el país y en el mundo, lugares llenos de su vacío, ausencia y silencio.
Para que así sea, se requiere que la sociedad y el Estado los y las conozcan, reconozcan y tengan en cuenta porque los y las jóvenes cuentan. Otro mundo es posible si cazamos y espantamos los fantasmas que rondan en él.

*Lingüista, Literato y Comunicador para el Desarrollo.

Puntos_de_encuentro@hotmail.com

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