Columna


FARC y Paz

ÓSCAR COLLAZOS

02 de octubre de 2010 12:00 AM

ÓSCAR COLLAZOS

02 de octubre de 2010 12:00 AM

La celebración del último triunfo de las Fuerzas Militares sobre la guerrilla de las Farc ha sido unánime. Lo que no es unánime es el optimismo que ve en estos formidables operativos la recta final de la guerra, pensando que se producirá a corto plazo el triunfo del Estado sobre las organizaciones fuera de la ley. El “principio del final” puede ser “una agonía larga y destructiva” de las guerrillas, como lo describió el historiador Jorge Orlando Melo en columna reciente de El Tiempo. En este sentido se han pronunciado analistas y ciudadanos del común, pero es muy probable que el alma hastiada y vengativa de los colombianos prefiera “restiarse” con sus deseos que ser realista en la percepción de la guerra. La sola formulación de esta posibilidad, aprendida de guerras irregulares históricas, llena de entusiasmo rabioso a numerosos colombianos. No hay mala fe en esta actitud. En las mentes mejor intencionadas, el triunfalismo quiere decir que se desea acabar de una vez por todas con un conflicto que desangra a Colombia desde hace medio siglo. Al rechazar la posibilidad de que el coletazo sea todavía largo y cueste miles de vidas inocentes, además de la más grande tajada del presupuesto nacional, muchos argumentan que se trata de una actitud antipatriótica. Pero yo respondería que el triunfalismo es diferente al reconocimiento razonable de los triunfos. El triunfalismo es realidad más deseo. Muchos prefieren pensar en una ofensiva que, en poco tiempo, dejaría a las guerrillas reducidas y humilladas, sin otra salida que la entrega incondicional. Su primer acto de paz sería entonces el reconocimiento de una derrota definitiva. El escenario es optimista pero no es el que producen los largos finales de estas guerras, cuando las empiezan a perder los grupos ilegales, entre otras cosas porque estos perdieron la posibilidad natural de reclutar nuevos combatientes. Les queda la posibilidad de funcionar como organización mercenaria, apoyada en programas de cambio social, pero el narcotráfico, el secuestro, la extorsión, la búsqueda de recursos con métodos criminales para pagar la guerra, matarán lo que queda de la antigua bondad de su causa. Pese a que el triunfo de la guerrilla es una fantasía delirante, la “mística revolucionaria” de unos pocos, mezclada con acciones criminales y atroces, moverá a un puñado de guerrilleros más allá de las derrotas que les imponen las fuerzas del Estado. Esto lo saben las personas más lúcidas y pragmáticas en la conducción de la guerra: a medida que se golpea al enemigo irregular, éste se vuelve más agresivo en sus métodos y menos escrupuloso en sus ofensivas relámpago. El repliegue y el terrorismo se pueden practicar alternativa o simultáneamente. La puerta de la negociación debe seguir abierta, lo sabe el Gobierno. A menos que continúen guerreando como un foco desesperado de resistencia suicida, a los cabecillas guerrilleros les cabe la responsabilidad de aceptar la entrada por esa puerta o prolongar la supervivencia y la agonía de un proyecto sociopolítico que fracasó hace rato. *Escritor salypicante@gmail.com

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