Columna


Fe que salva y alegra

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

28 de octubre de 2012 12:00 AM

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

28 de octubre de 2012 12:00 AM

Las lecturas de la eucaristía de hoy recalcan el gozo cuando experimentamos a Dios en nuestra vida con sanación física y espiritual, cuando sentimos su amor por cada uno de nosotros, la humanidad y su Iglesia como gran familia, en la que permanece con nosotros como cabeza, que sana, ilumina y orienta. Dice el Salmo: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”*.
El evangelio* nos describe al ciego Bartimeo, quien  le pide a Jesús: “que vea” y por su gran fe logra además de curarse, abrir los ojos a la fe, siguiendo a Jesucristo: “recobró la vista y le seguía por el camino”. Bartimeo le dice: “Ten compasión de mí”, reconociendo la misericordia de Dios para perdonarlo y curarlo. Jesús le respondió: “¿Qué quieres que te haga?”. Lo primero que necesitamos es saber lo que deseamos, cuáles nuestras aspiraciones, para ponerlas en manos de Dios y cumplir su voluntad de bien en todas nuestras actuaciones. Bartimeo tuvo una oración activa, se puso a la vista de Jesús y se dirigía a él de manera insistente aunque los demás trataban de callarlo.
A veces somos como el ciego Bartimeo., pero necesitamos abrirnos a la fe, para comprender que Jesucristo le reveló al hombre su potencial de crecer en el amor aun en las circunstancias más injustas y difíciles y a través de ese amor, curarse física y espiritualmente.
Estos días la prensa ridiculizó a un aspirante al senado americano, el republicano Richard Mourdock, quien dijo que cuando la vida comienza en esa terrible situación de violación, Dios la permitió. La violación es obra del mal, el mal por definición es ausencia de Dios porque quien lo comete se aleja de Él. Dios está en el principio de la vida y si permite que se inicie así, es que puede derivar cosas buenas de situaciones espantosas como esa. La mayor muestra del poder infinito de Dios está en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, la acción más deplorable del ser humano y al mismo tiempo la expresión más hermosa del amor de Dios, al aceptarla libremente para nuestra redención.
Las víctimas de violación, si se someten a un aborto, vivirán otra tragedia adicional, atentando contra otra vida y poniendo en riesgo la suya propia. A los violadores hay que aplicarles la más severa justicia acompañada de tratamiento psicológico y espiritual, pero a los bebés es necesario darles todo el amor, la protección y el cuidado.
Las mujeres, en vez reclamar derechos para abortar, deberíamos asumir el papel más importante en la humanidad, que es el de sembrar amor por doquier: “la mano que mece la cuna es la que mueve al mundo”, dice un poeta norteamericano William R. Wallace. Los hombres deberían asumir también mejor sus responsabilidades y respetar a las mujeres como el mayor tesoro.
Nuestra fe en Dios salva y alegra, si como Bartimeo, tenemos un encuentro con Jesucristo, quien transforma nuestras realidades, cura nuestras heridas, quita nuestras cegueras, nos enseña a dar amor para cosechar amor, llena nuestro corazón de gran júbilo, llevándonos a vivir la plenitud de la vida, del  bien y del amor.

Sal 125; Mc 10, 46-52

*Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.

judithdepaniza@yahoo.com

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