Para que los cristianos católicos seamos verdadero fermento, sal y luz en la sociedad, necesitamos una fe viva que se exprese en cada una de nuestras actuaciones. La fe en Jesucristo se expresa en la caridad, es decir en el amor verdadero que implica servir desinteresadamente a los demás por amor a Dios, a los otros y a nosotros mismos. Es un compromiso más fácil de decir que de hacer.
En las lecturas de hoy dice el apóstol Santiago: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Nos plantea el caso de una persona que ve a otra con necesidades y solo le desea mejor situación pero no hace nada por ayudarle: “Que Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago”**.
La fe se manifiesta en nuestra vida personal, en la vida de familia, en el trabajo y en la vida en comunidad. En cada uno de esos ámbitos estamos llamados a buscar la solidaridad, la justicia, las oportunidades de servir y contribuir en el bien ser y bienestar de los demás. Buscar la promoción humana, el desarrollo del carácter, de los talentos y habilidades para que las personas puedan extraer lo mejor de sí, trabajar y realizarse contribuyendo a la sociedad.
La fe se expresa en no centrarnos solo en nosotros mismos con indiferencia ante los demás sino, por el contrario, ser conscientes de las necesidades de los demás y hacer lo que está a nuestro alcance para contribuir con sus soluciones. La verdadera ayuda es la que se hace desde el amor y por amor, aunque represente sacrificios y renuncias.
El amor más perfecto fue el expresado por Jesucristo, quien a pesar de ser Dios, se hizo uno de nosotros exponiéndose a la muerte en la cruz, por amor a nosotros para que pudiéramos compartir con Él la gloria en el cielo. La fe viva por parte de quienes siguen a Jesús puede implicarnos de manera que a veces seamos víctimas de burlas, atropellos, calumnias, hasta incluso la entrega de la propia vida, por defender a Dios y a sus enseñanzas, con la certeza de que Dios nos escucha y nos espera.
Es verdad que el seguimiento del evangelio nos trae la paz, el gozo, la alegría, el amor, sin embargo en un mundo que se maneja con criterios apartados de ese evangelio, nuestras acciones pueden molestar a los demás que contradecimos y podemos poner en riesgo incluso nuestra vida. Cuando Jesús le dijo a los discípulos que le esperaba la cruz, Pedro lo increpó como insinuando que podría evadirla. Jesús lo trató con dureza haciéndole ver que en ese momento hablaba dejándose confundir por Satanás, porque él sabía con claridad que su misión como Mesías implicaba su entrega total en la cruz y luego la resurrección, para la redención de la humanidad, reconciliando al hombre con Dios.
Esta es quizás la parte más difícil del evangelio que Jesús la expresó así: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará**”.
Se requiere que creamos en Jesús, lo escuchemos, conozcamos, lo tratemos y le permitamos que su amor trabaje a través de nosotros, para que nuestra fe sea viva y seamos capaces de construir realidades en las que predomine el amor, la solidaridad, la justicia, la generosidad, la entrega de nosotros mismos por el bien de los demás.
** Is 50, 5-9a; Sant 2, 14-18 ; Mc 8, 27-35
* Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.
judithdepaniza@yahoo.com
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