Columna


Las elecciones regionales de octubre próximo despiertan, hasta donde mi percepción alcanza, pocas esperanzas de cambios efectivos hacia el futuro. Las cosas se desenvuelven conforme a los moldes consagrados. Detrás de los telones, los dirigentes políticos y los financiadores realizan sus transacciones, y al final muestran al público su decisión, como en un concurso de cuentachistes.

La democratización de partidos y movimientos, por lo menos en cuanto hace a estas comarcas, es cuestión de palabras. El pueblo está casi totalmente ausente de las selecciones. Las campañas, a su turno, seguirán las deslustradas prácticas de conquista de votos.
Como resultado, el poder real no estará en manos del elegido; reposará en quienes mueven las cuerdas para hacerlo ganar. Así que los programas de campaña serán pura publicidad exterior. Pero aún aceptando que existan candidatos que amenacen alzarse con el poder y gobernar a su estilo y con sus ideas, aún así, el panorama no alienta para soñar. La marcha de los asuntos indica que será un ejercicio más para continuar en la misma senda, con eventuales cambios en las palancas de disposición del presupuesto y en los titulares de los dueños de los bolsillos que se guardan buena parte del tesoro público.
Ya comienza a escucharse el torrente de irresponsables anuncios de obras y tareas que nunca se realizarán porque no se cuenta con los medios y porque tampoco son realmente queridas por quien las ofrece.
Empero, no he oído decir a ninguno de los candidatos que será un colombiano ejemplar, que cumplirá y hará cumplir las leyes. Quizá se considere superfluo decirlo y bandera poco llamativa para los impulsadores del candidato. Pero esa es suficiente y encomiable tarea para un gobernante, en todo tiempo, y más en nuestra época y en un país desvencijado.
Cuánto nos hace falta que gobernadores y alcaldes de nuestra Costa Caribe entiendan que el cargo no es para manejar conforme a su capricho los destinos de departamentos y poblaciones. Cuánto nos hace falta que gobernadores y alcaldes entiendan que el bien común tiene que ser la directriz de sus actos y que la ética, las buenas costumbres públicas, son ingrediente imprescindible del código de un buen administrador.
Sólo a una candidata a la alcaldía de Barranquilla he escuchado decir que invertirá para construir ciudadanía. Ésa debiera ser labor de todos los gobernantes y prioritaria preocupación de todos los candidatos. Desde luego, ello supone que los gobernantes sean los mejores ciudadanos y que de ello den testimonio en todos los actos del ejercicio de sus tareas. Es demasiado difícil pretender que los habitantes de los conglomerados urbanos sean buenos ciudadanos cuando se encuentran con gobernantes irrespetuosos con las leyes y con el bien común.
Las solas obras materiales, por suntuosas o útiles que sean, no construyen ciudadanía. Y mientras no construyamos ciudadanía la democracia será solo apariencia. Sin buenos ciudadanos jamás tendremos una clase electora responsable, ni contaremos con un núcleo de habitantes dispuestos a ejercer juiciosa participación en los asuntos públicos.
Si las elecciones son un juego de rapiña, los gobiernos resultantes de ellas no serán sino la distribución del fruto de esa rapiña. Lo que cada vez desalentará más a quienes se empeñan en ser buenos ciudadanos.

hhernandez@costa.net.co
 

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