Columna


Ganarse el puesto

ÓSCAR COLLAZOS

22 de octubre de 2011 12:00 AM

ÓSCAR COLLAZOS

22 de octubre de 2011 12:00 AM

Se habla poco de la fuente de corrupción que se incuba dentro de las campañas políticas. Una de estas fuentes se encuentra en el ejército de colaboradores que aspiran a ocupar puestos públicos. Este “voluntariado” trabaja para el triunfo de su líder y espera que la recompensa sea proporcional a los servicios prestados.
Pese a estar constitucionalmente reglamentada, la carrera administrativa no ha impedido que en las empresas electorales pulule un creciente número de aspirantes a puestos públicos. No ha impedido que, de una elección a otra, estos voluntarios, independientemente de su grado de preparación profesional, se entreguen en cuerpo y alma a quien prometa pagarles.
Esta mano de obra de la cadena clientelista está compuesta por cuadrillas de intermediarios que cobran por sus servicios, dándole un sentido prostibulario a la democracia. No sólo se paga con plata. Se paga con promesas de puestos. Las aguas no siempre limpias del voluntariado político irán a estancarse en gobiernos nacionales, departamentales y locales, donde existe un grueso alcantarillado burocrático.
En cada nueva ocasión y con candidatos distintos, estos soldados de la simulación deben convertirse en propagandistas o en blindaje, dedicados fundamentalmente a la propaganda o a la contrapropaganda. No es difícil tropezarse entre ese ejército de colaboradores con oportunistas con el dudoso título de periodistas.
Entiendo que una persona sin trabajo se dedique a  buscarlo donde sea posible encontrarlo. Entiendo menos que lo hagan personas con formación académica y preparación profesional y que, una y otra cosa, se conviertan en mercancía susceptible de ser comprada o vendida con el fin de morder un pedazo del pastel que se reparte en las instituciones públicas.
Quienes se arriman al árbol que mejor sombra da en estas desesperadas carreras por el poder público, hacen uso de una conciencia mercenaria. A menudo no tienen escrúpulos al pasar de una a otra campaña: venden lo mismo, como la prostituta a la que le interesa más la paga que el cliente. ¡Simples servicios profesionales!
Sorprende la manera como ponen la artillería pesada de sus capacidades profesionales para defender, sin ningún recato ético o coherencia ideológica, a quien será su empleador en los siguientes años, pero también a difamar a sus rivales. La educación de un individuo se envilece así con las prácticas mercantiles. El mercado laboral depende del mercado electoral.       
La administración pública es hace mucho tiempo un capital que puede ser usado por anticipado, sobre todo cuando se tiene la seguridad de ganar. Es parte del botín. Después de los pagos y recompensas en metálico por los servicios prestados, viene un pago más duradero: el del puesto público. 
Al lado de los funcionarios de carrera se enquista un ejército de origen político. La “meritocracia”, que ha sido tema de providencias de las Cortes y de los gobiernos que la defienden pero no la practican, fracasa ante la costumbre de pagar con puestos los favores políticos hechos durante las campañas. En muchos sentidos, vivimos gobernados por entes, política y moralmente hipotecados.

*Escritor

salypicante@mail.com

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