Columna


Germinar

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

10 de julio de 2011 12:00 AM

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

10 de julio de 2011 12:00 AM

«Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.»*
Dios nos ofrece su Palabra como elemento vivificante, que limpia y fecunda nuestra mente, para que las semillas que allí se siembren puedan germinar en el corazón y se traduzcan en acciones efectivas de amor y de servicio que contribuyan a hacer un mundo mejor. Nos ayuda a tener vidas más productivas en las que captemos cuál es la voluntad de Dios y seamos capaces de realizarla en la cotidianidad personal, familiar, laboral y social, poniendo el bien superior por encima de todo.
En la vida humana son de gran importancia las palabras y los mensajes que guardamos en nuestra mente, como semilla de la realidad que inicia en el pensamiento y luego se manifiesta como fruto en nuestra realidad. San Pablo nos invita a albergar en nuestra mente pensamientos positivos, puros, grandiosos y dignos de admiración. De allí lo importante que leamos, veamos y meditemos sobre asuntos que nos llenen de fe, esperanza, vitalidad y amor, para que tengamos el motor encendido para construir mejores realidades para nuestro entorno.
La Santa Biblia es conformada por un conjunto de libros que recogen la historia de nuestra salvación, con la que Dios nos instruye, corrige, anima y motiva. Al leerla con el mismo espíritu con que fue escrita, en unión a la Iglesia, podremos comprender el sentido de nuestras vidas y el amor grandioso de Dios por la humanidad en medio de los pecados humanos, las distintas realidades, dificultades y retos que enfrentamos. Fue escrita en diferentes estilos y momentos históricos, por seres humanos, inspirados por el Espíritu Santo, abarcando las diversas realidades que puede estar viviendo el ser humano y manifestando de manera constante, la invitación de nuestro Dios a volver el corazón a Él, para que, como sus hijos, podamos disfrutar de la plenitud y la felicidad por siempre.
Las lecturas de hoy nos recuerdan que cosechamos de acuerdo a lo que sembramos, que los pensamientos que albergamos en nuestra mente son las semillas de nuestra realidad. Para que la semilla dé frutos buenos depende de la tierra en la que cae. La tierra fértil es la de un corazón abierto que busca la verdad, el bien y el amor: “La semilla cayó en tierra buena y dio fruto”*.
A quienes se cierran a la Palabra de Dios, Jesús les recuerda las palabras que había pronunciado el profeta Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender, miraréis con los ojos sin ver, porque está embotado el corazón”*. Por el contrario, nos dice la parábola del sembrador: “lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; ese dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno”*.
El trabajo de los creyentes es muy necesario para la transformación del mundo. El mundo de la política, de la educación, de la salud, de la empresa, de la familia, de la sociedad en general, se construye con base en los ideales y realizaciones de las personas que participan en cada ámbito. Si esos ideales son impregnados y fecundados por la Palabra de Dios con verdadera apertura de mente y corazón, germinaría en las transformaciones necesarias en todos los sectores, librándolos de la corrupción del pecado e impregnándolos de libertad, justicia y amor.
*Rm 8, 18-23; Sal 64, 10. 11.12-13, Lc8, 8; Is 55, 10-11; Mt 13, 1-23.

*Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.

judithdepaniza@yahoo.com

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