Columna


Gobernantes

ÓSCAR COLLAZOS

25 de agosto de 2012 12:00 AM

ÓSCAR COLLAZOS

25 de agosto de 2012 12:00 AM

Yo no sé en qué ciudad viven los optimistas, pero lo que soy yo, pesimista por realismo, no vivo la ciudad que ellos dicen ver. Ni siquiera las documentadas muestras de percepción ciudadana que realiza cada año Cartagena Cómo Vamos, justifican los partes de victoria de mucha gente.Los ciudadanos rodean a sus gobernantes cuando sienten sus aciertos. Lo rodean también sus colaboradores y quienes esperan, por oportunismo, sacar alguna tajada del pastel público: puestos, contratos, privilegios. Pero para que los ciudadanos de cualquier condición rodeen al gobernante es necesario que se sientan viviendo en una sociedad cada día mejor y no en una comunidad en la que las cosas susceptibles de empeorar, empeoran.
A los gobernantes no se les rodea y quiere por su condición étnica, social o económica. En las democracias modernas, todo énfasis en la condición racial o social de un gobernante tiene el riesgo grave de convertirse en populismo. Y es muy probable, como lo he sentido muchas veces, que ese populismo conlleve racismo y demagogia.
La aprobación de los ciudadanos a sus gobernantes se traduce, primero que todo, en las responsabilidades que los primeros asumen individual y colectivamente. Cuando un gobernante es aceptado por la mayoría es porque se sabe y siente que no sólo sabía desde el comienzo para dónde iba sino que cada paso que da es un avance en su gestión de lo público. Esa ciudad será entonces mejor.
Un gobernante que improvisa, que da un pasito adelante y dos atrás, que se muestra abrumado por los problemas sin solucionar o mal solucionados, que experimenta a ver si las cosas le resultan, será motivo de desconfianza. A la larga, será motivo de burla.
Los ciudadanos tenemos que saber hacia dónde van los gobernantes. Eso es más importante que saber de dónde vienen. Pero no sólo tenemos que saber hacia dónde van: tenemos que saber lo que hacen con nuestros impuestos. Aunque no haya votado por él, el ciudadano tiene derecho a reclamarle responsabilidad.
Una vez elegido, el gobernante se convierte en el responsable de una nave donde vamos todos, quienes confiaron en él y quienes tuvimos dudas de su capacidad. Tiene al menos la responsabilidad de no defraudar a las mayorías que confiaron en él.
Yo no voté por el alcalde de Cartagena. Es más: durante su campaña, con todo el derecho que me asiste, decidí constituirme en oposición. Estaba sinceramente decidido, como ciudadano y periodista, a reconocer sus aciertos y señalar sus errores, pero los errores han sido tantos que no han dejado ver los aciertos, si los ha habido. 
No basta tener al lado colaboradores preparados y eficientes. Este alcalde tiene algunos. El problema es su hoja de ruta. Si la hoja de ruta es vaga e incierta, habrá que corregir a cada rato el rumbo. Si el timonel se muestra indeciso en las tormentas, mal orientado por señales que le hacen desde naves vecinas, al barco sólo lo salva el milagro. No se hundirá, pero lo que veremos llegar a puerto será una embarcación maltrecha y una tripulación sumida en el caos. Y en los "astilleros" de las ciudades, cuesta mucho capital humano y económico arreglar ese barco.

*Escritor

collazos_oscar@yahoo.es

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