Columna


Hef, el estoico

MARIO MENDOZA OROZCO

30 de junio de 2011 12:00 AM

MARIO MENDOZA OROZCO

30 de junio de 2011 12:00 AM

Meses antes Hef, como más se le conoce, terminó su relación con las gemelas de 20 años, Karissa y Kristina Shannon, sus novias oficiales hasta entonces. Como dato adicional se afirmaba que el magnate estaba sordo por sobredosis de Viagra: al pobre Hef no sólo le rompieron el corazón, sino los oídos.
A mis amigos los conmovió. Kubulundus, que había sobrevivido complicaciones después de una prostatectomía realizada en Hepehese local, decidió que teníamos que comentar los hechos. Estábamos indignados con esas tres pérfidas féminas que no agradecían que Hef hubiera perdido la audición sólo por complacerlas. Además, podíamos aprovechar para oír por lo menos dos veces el Lamento de Ariadna, de Monteverdi, interpretado por Carolyn Watkinson e imaginar que era el “Lamento de Hef”, en ritual de desagravio.
Todos aceptamos, quizás más por Monteverdi que por otra cosa, así que nos pusimos de acuerdo con el científico, el psiquiatra, el arquitecto, el comerciante, el abogado, las bellas damas y el abate. La reunión se inició, como es habitual, con reflexiones, conjeturas y todo aquello que se construye con palabras y al calor de unos tragos en buena compañía.
Por ejemplo, una de las damas dijo que oiría la música porque le gustaba, pero no por ese “viejo ridículo que lo único que tenía era plata”. Otra opinó que en su juventud fue buen mozo, que algún encanto pudo tener y que a lo mejor aún lo tenía. El abate injustamente nos puso a escoger entre la sordera y “aquello”, solo para torturarnos. El comerciante, el arquitecto y el abogado estuvieron de acuerdo en que Hef era muy inteligente, preparado y un genio para los negocios. El psiquiatra nos recordó que era además psicólogo, y el científico, que es un estoico confeso, dijo que la conducta de Hef en el fondo era mística y citó a Bernardo Soares: “Todo estoicismo no pasa de ser sino un epicureísmo severo”, para luego afirmar que Hef sufría de estoicismo severo, pero la gente del común creía que era un hedonista.
Por último Kubulundus sugirió que Hef ponía en práctica la ficción de Yasunari Kawabata en su novela “La casa de las bellas durmientes”, donde unos ancianos se acostaban (sin ayudas farmacológicas, que aún no existían) con hermosas jóvenes profundamente dormidas por un narcótico, pero con la condición de no tocarlas, mientras él lo hacía “enviagrado” hasta la sordera y con mellizas bien despiertas (a nadie le quepa duda), rebosantes de estrógenos, lésbicas, incestuosas y dispuestas a todo.
Por fin, y luego de que una de nuestras bellas damas leyera dos sonetos lujuriosos de Pietro Aretino, nos sumergimos en la inefable y amoral belleza del Lasciatemi morire. Y fue como si el rocío minucioso de un agua lustral nos purificara para iniciar un rito ante los dioses paganos. Entonces comprendí que como Hef, quizás todos éramos estoicos.

*Médico y Escritor

mmo@costa.net.co

*Rotaremos este espacio entre distintos columnistas para dar cabida a una mayor variedad de opiniones.

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