Columna


Humildad

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

30 de octubre de 2011 12:00 AM

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

30 de octubre de 2011 12:00 AM

Los mensajes de las lecturas de hoy* invitan a la humildad: “El que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado”.
La humildad no es creerse menos, ni subvalorarse, sino desarrollarnos para gloria de Dios. Decía Santa Teresa: humildad es estar en la verdad. Conocerse en los puntos positivos y en los débiles, cualidades y defectos, pero sobre todo saberse igual en dignidad a todo ser humano y reconocerse criatura frente a Dios: “¿no tenemos todos un solo Padre? ¿No nos creó un solo Señor?”*
La clave de la humildad es saberse necesitado de Dios para lograr la santidad. Sólo Dios es bueno, sólo Él es el Maestro, el Consejero, el Padre, que desea y provee lo más importante a sus hijos, un corazón que ama lo divino, una mente que comprenda el sentido trascendental de nuestras vidas, una fortaleza capaz de movernos a entregar nuestra vida al servicio del bien, amor y verdad.
Al reconocernos hijos de Dios, dice San Pablo, nos debemos tratar con delicadeza los unos a los otros, como una madre con sus hijos, dando a conocer a Dios y reconociéndolo en cada persona, entregándonos al servicio de los demás, por amor a Dios.
¡Cuánta soberbia hay en el corazón humano! Por eso hay tanto ateísmo y desobediencia a Dios. Creemos que podemos legislar de manera diferente a las leyes naturales y divinas y acomodarlas a nuestra satisfacción. La soberbia, contraria a la humildad, es el mayor pecado de la humanidad, porque la bloquea para abrirse a la fe y aceptar a Dios como Rey de nuestra vida.
Nuestro Dios valora tanto la humildad, que se sometió Él mismo, en su Hijo, a la voluntad del Padre, permitiendo las humillaciones máximas por el pecado del mundo. Se hizo camino, verdad y vida para purificarnos e indicarnos cómo recuperar la libertad que el pecado nos robó. Muestra en Cristo el cumplimiento de: “a quien se humilla será ensalzado” y lo puso como cabeza de todo lo creado, como cabeza del Pueblo de Dios, la Iglesia, para que se purificara a través de su sangre derramada por amor.
En la vida de los santos vemos características muy diferentes y distintos dones. Todos tienen en común la humildad, porque reconocen que sus buenas obras vienen de la comunión con Dios. Son personas comunes y corrientes que permitieron que el Espíritu Santo guiara y nutriera sus vidas, sirviendo a Dios en el servicio a los demás.
Quien ha sido proclamada como la más feliz de todas las criaturas por todas las generaciones desde Jesús es la virgen María, y su mayor cualidad es la humildad. Libremente se hizo sierva, esclava de Dios, porque reconocía su pequeñez frente a Él. Sometió su mente, corazón y acciones a su Santa Voluntad, por eso fue exaltada como la reina de los humanos, por encima de los ángeles y demás santos.
La humildad profunda de María la llevó a dar el sí a Dios. Ella nos invita a dejarnos redimir por Dios, a dejarnos cautivar por su voluntad en nuestras vidas, para salvarnos y merecer la vida y la eternidad feliz.
Mt 23, 1-12: Mal 1, 14- 2, 2b, 8-10; Tes 29 7b-9.13; Sal 130, 1.2.3

*Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.

judithdepaniza@yahoo.com

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