Columna


Inflamación de un lápiz mongol

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

12 de octubre de 2011 12:00 AM

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

12 de octubre de 2011 12:00 AM

En esos meses anteriores al paro, siempre estuvimos a punto de arrojar una silla a la escultura de asientos con atriles que se formaba en la universidad luego de un pupitrazo, siempre buscábamos entre las caras de alrededor alguien que gritara una retahíla de hace décadas para seguirle la corriente a una aburrida revolución estudiantil. Pero las asignaturas, los créditos, y la clase proyectada en el tablero de acrílico en marcador azul, importaban más. Nadie quiso lanzar un barco espinado al ministerio y yo no me atrevía a morder en cursiva al Gobierno, porque gasto mi tiempo hallándole formas a las nubes. 
Hasta que la reforma a la Ley 30 comenzó a incendiar los lápices y afilar los lapiceros. Al Estado no le basta que el sistema educativo colombiano sea una estructura vieja que aún ponga las carreras de las matemáticas sobre las letras como resultado de la revolución industrial de mucho tiempo atrás, sino que también necesita sacarle provecho a las instituciones garantizadoras del derecho a la educación, como son las universidades públicas, convirtiéndolas en entidades mixtas que al final, sin importar lo híbridas que sean, se manejarán por un régimen de derecho privado. Así que ya existirán más lugares a los que no podrá entrar mucha gente porque tienen los bolsillos llenos de mariposas o de sueños resbalosos, de aire y vacíos, de miedos con los implacables créditos del ICETEX.
Los estudiantes nos percatamos de todo esto. Sabemos que el futuro está repleto de granadas legislativas. De modo que inflamamos un lápiz mongol, incineramos pancartas y electrizamos las palabras para desmecharnos la carne en un trancón de la ciudad, porque cuando nos ponemos a bloquear las calles no somos un problema de tránsito, somos una preocupación educativa. Todo de una forma tan pacífica que la fuerza pública no encuentra el lugar desde donde disparamos el dardo académico con el que estamos exigiendo un derecho fundamental.     
Hace dos días un grupo de estudiantes se pintarrajearon de payasitos tristes y se sentaron a cantar entre una avenida, los agentes de la ESMAD entraron con sus bolillos y su voluntad de subordinados y se llevaron un par de payasitos, era difícil distinguir el payaso del agente, era satisfactorio comprobar que nuestras canciones también agreden con una nota olorosa a libros y a historia.
Los estudiantes en paro, esa gárgara de cartulinas y megáfonos dañados sobre el cemento caliente de las vías, una piña de entusiasmo entre la axila, hablando de la educación como si esta no fuera otra cosa que un pájaro pegado en la frente, un derecho inseparable de la mochila y su desorden de cuadernos con cigarrillos, un momento especial de la vida que no da tiempo para mercancías. Nos preguntan en las protestas: ¿cómo es que marchan por la educación si ustedes mismos son los que suspenden sus clases? Entonces nos pintamos la cara de payasos y les mostramos a la sociedad que todavía tenemos la ironía en las manos.

*Estudiante de Derecho de la Universidad de Cartagena

orolaco@hotmail.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS