Columna


Joaquín Franco Burgos

EDMUNDO LÓPEZ GÓMEZ

25 de octubre de 2011 12:00 AM

EDMUNDO LÓPEZ GÓMEZ

25 de octubre de 2011 12:00 AM

Este hijo ilustre de Cartagena, quien más le sirviera cuando llevó la vocería del Departamento de Bolívar en  la Cámara de Representantes, nos sorprendió ayer con su muerte.
Amó a su ciudad con amor total, ciertamente. Y lo hizo dentro de una concepción transparente del servicio público, desde  cuando fundó su Movimiento político del partido conservador Hechos y no Palabras. Por ello pudo afirmar en su último libro, en actitud de exaltación sincera: “Siempre he dicho que mi gloria y orgullo es ser cartagenero, y a ese orgullo no me lo supera nada. Soy nativo de la ciudad española más bella del planeta, Cartagena de las Indias”.   
A sus 89 años, y desde una década atrás, en la tribuna que montó en el ciberespacio, nos hacía trascender sus opiniones y nos daba  buenos consejos y hasta nos hacía recomendaciones para que adoptáramos algunos hábitos en el consumo de alimentos que le servirían -a todos sus amigos– para prolongar la vida. Plátanos & platanitos, y la auyama, eran las frutas preferidas de su último menú cibernético. Pero, devoto del arte y la cultura, en  uno de sus últimos correros por Internet nos hizo participar en la admiración por su cuadro preferido: El entierro del Conde Ordaz, de El Greco.                                                        
Fue un batallador político incansable. Su última batalla la estaba librando alrededor de un candidato joven a la Alcaldía de Cartagena, con quien dialogaba semanalmente alrededor del programa de gobierno que desarrollaría su candidato si éste llegare a ser elegido. Sus “Charlas con Dionisio” tenían un sello de pedagogía política verdaderamente ejemplar, en cuanto estaban inspiradas en el deseo noble de que la ciudad tuviera un rumbo moral claro en el  manejo de sus intereses.
Esgrimió siempre la espada de su palabra para atacar el fenómeno de la corrupción política. Fue generoso para alabar a quien demostrara fortalezas morales como servidor público e implacable censor contra quien pretendía hacer del erario fuente de enriquecimiento ilícito.  Porque fue  partidario de que la legitimidad democrática se cimentara en la honradez, ya en puestos de mando o en cargos de representación popular.
Tenía ciertamente el Mono Franco aptitud moral para indignarse, cuando veía que la autoridad cometía abusos, muchas veces premeditados, y de lo cual él mismo fue víctima, al final de su existencia. Porque quienes leímos sus memoriales en su casa del Segundo Callejón Truco del Barrio Pie de la Popa, para defender el derecho adquirido de su mesada pensional, podemos colegir que esa inquietud por una pretensión injusta pudo contribuir a su deceso.     
Este hombre que se consagró a servirle al país, no deja ni haciendas ni ganados para repartir a sus herederos. Y qué bueno que eso se sepa, cuando estamos a pocos días de asistir a una nueva feria electoral.
Hoy queremos exaltar la vida de un hombre honrado, amado a su vez por sus coterráneos, y decir también que fue padre y esposo ejemplar. ¡Y qué gran amigo que fue! 
A Magola y a sus hijos, nuestra solidaridad en el dolor.
¡Paz en su tumba!

*Ex congresista, ex ministro, ex embajador.

edmundolopezg@hotmail.com

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