Columna


Julio pregunta por Manuel

ROBERTO BURGOS CANTOR

17 de marzo de 2012 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

17 de marzo de 2012 12:00 AM

Don Julio Olaciregui, quien vive en París hace ya demasiados años, me ha escrito al borde de la primavera. La calificación de demasiados a los años, se refiere al esfuerzo sostenido que hacemos los Caribes para soportar la intemperie que supone estar fuera de la cangrejera. En su caso el mar crecido de Puerto Colombia, su gris sin relente y el aroma a submarinos encallados. La desembocadura del río Grande con su trencito de juguetería y los barcos de navegación cautelosa que se ven sin adioses desde las azoteas de El Prado.
Su motivo es decirme que dictará una conferencia en Bergamo, Italia, y que hablará de Changó el gran putas, de Manuel Zapata Olivella y de La Ceiba de la memoria. Como no ha disminuido la curiosidad que acompañó sus noches de escritor camuflado de periodista, él sigue atento a la quinta pata del gato.
Hace algún tiempo investiga las músicas, los bailes y los caminados africanos. Con una puntualidad acomodada a los relojes, que aprendió en Europa, va a la sala de Ana Camará en la Rue Valette, donde ensaya danzas africanas. Allí supo que el vestido influye en los gestos y que para soltar los nuestros, entre vuelo de ángel a ras del pecado y brincos de diablo libidinoso, hay que encontrar las modas y colores de los ancestros invisibles. Así nos regaló a Arnulfo Julio y a mí un vestido entero africano que envidiaría del Beny Caraballo cuando tiraba golpes sobre la lona.
Entonces me pregunta que cómo leí a Zapata Olivella.
Lo primero que leí fue un libro en el cual Manuel dejó testimonio de sus viajes, creo que se llama Pasión vagabunda. Por ese entonces los escritores mayores de la literatura colombiana, eran entre otros: Caballero Calderón, Mejía Vallejo, García Márquez, Manuel Zapata, Rojas Herazo, Jorge Zalamea, Cepeda Samudio. Quizá la mayoría de ellos estuviera en una encrucijada semejante: el lastre del costumbrismo y la tentación de celebrar la naturaleza como un valor exótico, de tarjeta postal.
Sin embargo se leían búsquedas audaces. La novela de Zapata Olivella que ganó el concurso nacional de novela, Detrás del rostro, es una muestra.
Por esa época la actividad política del novelista tenía un deslinde amplio de su literatura. Es decir su literatura no expresaba el problema racial y discriminatorio. Pronto leí la primera novela de Zapata, con prólogo de Ciro Alegría, Tierra mojada. Es una narración digna, del buen naturalismo que conmueve al relatar el drama de los sembradores de arroz en las orillas del río Sinú.
La novela finalista en el premio Formentor, de España, “En Chimá nace un santo”, muestra a un escritor en las sendas de la experimentación y cierto riesgo narrativo. Aquí el núcleo es el tema bello de la religiosidad popular. En varias ocasiones que hablé de las novelas de Manuel con su esposa, Rosa Bosch, coincidimos en el gusto de que ésta era su mejor novela. Él tenía predilección por la referida a Hemingway.
En una de las últimas conferencias, en el teatrino del Jorge Eliécer Gaitán, enfrentado Manuel al cambio acelerado del mundo, los ritmos de lectura, las preferencias, dijo con admirable convicción y fe: Yo sé que seré leído en el futuro.
*Escritor
rburgosc@etb.net.co

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