Columna


Kirchner

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

31 de octubre de 2010 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

31 de octubre de 2010 12:00 AM

Nunca supuso el montonero de 24 años que era Néstor Kirchner al morir Perón en pleno ejercicio del poder, que seis lustros más tarde sería él el número uno del Justicialismo. Había bajado el tono de su radicalismo ideológico, bien subido en la trinchera del neoguevarismo urbano de sus años juveniles, pero conservó intacto el sello imperioso de su estilo personal. Más por esto que por su inagotable disposición para la pelea, fue un Presidente inflexible y testarudo. Sin embargo, el baqueteado agitador de la Universidad de la Plata, superada la dictadura y recobrados los derechos ciudadanos, le franqueó la senda al destino que le reservaba la política, y comenzó por el principio en su lejana Patagonia. Se hizo elegir alcalde de Río Gallegos y gobernador de Santa Cruz, y afianzó en su provincia un liderazgo que amplió las perspectivas de su carrera. Del tremedal de una honda crisis económica y social, emergió su figura, con pie firme, para la consagración nacional. Apadrinado por Eduardo Duhalde, se alzó con el Estado por cuatro años. Desde Salta hasta San Carlos de Bariloche, la Argentina era una ruina, una nación despedazada y caótica condenada a la desesperación de sus clases media y popular, despojadas por los bancos y los usureros. Nada comparable a “La grande Argentina” insinuada por Lugones en un alarde por emularle a Alberdi el genial dictamen de sus “Bases”. Se asemejaba más a la del “Cambalache” de Discépolo. Tomó Kirchner el Gobierno con la mira puesta en la reactivación de la economía, la reducción de la deuda externa, el rescate de los fondos de pensiones y el libre comercio con otros países, pero atornillando una estructura de poder con etiqueta individualista y torneada para que una esposa igualmente ambiciosa, tan activista y activa como él mismo en la oposición y en el mando, prolongara en otro período presidencial el tránsito de ambos hacia la historia. La situación en 2010 es distinta a la de 2001, aunque tampoco la de ahora es la ideal. El país está polarizado, con serios traumas institucionales, sacudido por conflictos políticos que dejan la impresión de que para Kirchner y su cónyuge las garantías democráticas de sus adversarios constituyen una calamidad pública. Exceptuado el abuso de las armas, su autoritarismo no distaba mucho del de Perón en sus épocas de dominio. El fundador y el discípulo no perdonaban los reproches a su autoridad. Las represalias contra el Grupo Clarín por su posición crítica contra la Administración son un episodio inaudito de intolerancia. Irónico que al siguiente día de la desaparición del ex mandatario las acciones del grupo se revalorizaran en las bolsas de Buenos Aires y Londres. El enfrentamiento con los líderes del campo –consejo del finado a su señora– desgastó al Gobierno y le costó la derrota a su partido en los comicios de 2009. Ya el canciller argentino le augura dividendos reeleccionistas al cadáver de su jefe. Impulsos de la consternación. En un año, empero, las aguas bajo los puentes se renovarán y aflorarán otras alternativas que fulminen las nostalgias. La lucidez de doña Cristina, además, no será la misma al sentir que ya en el tálamo de Olivos no duerme, ni urde sus jugadas magistrales, el peronista más parecido al cacique Namuncurá, el último soberano de la pampa. *Columnista y profesor universitario carvibus@yahoo.es

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