Columna


La Cartagena de ayer

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

26 de marzo de 2011 12:00 AM

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

26 de marzo de 2011 12:00 AM

Quienes creen que la nostalgia es un proceso mental están equivocados. Los recuerdos nos invaden por todos los sentidos, se disfrutan y se padecen.
Cuando escuchamos alguna música no oímos melodías, volvemos a vivir instantes especiales. Son momentos en que nos resistimos a olvidar. Cuando la gente nueva se sorprende de nuestro embeleco por determinadas canciones, no significa que las melodías de ayer son mejores que las de hoy. Oímos arpegios y voces que están dentro del alma. La infancia y la juventud, los amores y alegrías siguen con nosotros a donde vayamos.  
Los olores tampoco se van, regresan. Los matarratones florecidos, los jazmines, hasta la simpleza de las veraneras representan un episodio, un recuerdo. Asociamos su aroma con alguien especial en otro sitio del tiempo.
La sazón de platos elementales que nos acompañaron en reuniones, llega con sabores que degustan las papilas. La evocación de las delicias insuperables de la cocina materna. Algunos glotones evocamos platos que fueron vida, sabor y ambrosía que persiste en los rescoldos del alma.
Es bueno destacar la admirable actividad que desarrolla la Fototeca de Cartagena entre nosotros. Rescatamos rincones que desaparecieron, edificios que se remodelaron en feroz caricatura, árboles centenarios que cayeron ante la piqueta del progreso, ahora que tanto se ufanan de controlar el medio ambiente.
La ciudad escenario de nuestras vivencias, del olvido que se resiste a serlo, es algo más que calles y casonas, que templos y monumentos, es el mapa sentido de nuestra propia vida, una melancólica autobiografía de cada quien.
Una prestigiosa universidad patrocinó un conversatorio sobre aspectos de la vieja Cartagena, con la participación de notables figuras de la inteligencia. Allí ofrecieron nostálgicas reflexiones y sabrosos relatos, que atraparon el misterio del sentimiento y la abundancia de sensaciones.
Nos resistimos a aceptar la realidad ramplona: la ciudad de la infancia, con amores y sufrimientos, es otra. Pero esa Cartagena que evocaremos siempre con sensiblera debilidad sigue con nosotros a donde vayamos. Queremos una ciudad ideal hacia el futuro, para conformamos con la que vivimos y llevamos dentro.
Bien decía Cavafis: “por las mismas calles andarás, interminablemente, los mismos suburbios mentales que van de la juventud a la vejez, y en la misma casa acabarás lleno de canas”.
La ciudad que añoramos solo existe en nuestro recuerdo. Está segura. No hay nada que la pueda destruir. La imaginación combina de mil maneras estimulantes los cristales de la arquitectura, con las asimetrías del universo de la realidad. 
Tratamos, en vano, de reconciliar la ciudad real, cada vez más absurda, con la de nuestros sueños y pesadillas. Ese secreto encanto que va brotando con fuerza. Las conmociones del alma cuando comprendemos que no existe la ciudad que amamos. Pero no importa lo que quedó físicamente, cuando tampoco podemos rescatar personas que perviven en nuestros recuerdos.
A muchos fastidiará conversar sobre el ayer, sobre ese otro que fuimos, en una ciudad que es eterna en los recuerdos. Sabemos que es perturbación esquizoide y necia. Favor disculparnos.

*Abogado, Ex Gobernador de Bolívar y Ex parlamentario

augustobeltran@yahoo.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS