Columna


Es costumbre inveterada, mala costumbre por cierto, que el nuevo gobernante abandone programas y obras que su antecesor deja en curso. Ahí tenemos los dos puentes a la salida de la Media Luna, sin que el viejo Puente Heredia sea demolido por razones ambientales como era la justificación alegada para construir el desgarbado nuevo que ya también es añoso. Del paseo peatonal de Marbella quedan unas ruinas que testimonian la falta de continuidad en el accionar de las autoridades. La vía perimetral sólo fue ejecutada en una porción, al igual que el programa de caños y lagos. En múltiples barrios puede observarse cómo la pavimentación se ha cumplido en forma salteada, quedando sin explicación seria el arreglo de cuadras intermedias. Y así podríamos rememorar muchas situaciones y añadir proyectos ni siquiera iniciados.
En rigor, es opinable que suficiente reto para el nuevo alcalde es el culminar lo empezado y acometer lo prospectado. En lugar de soltar la fantasía para ofrecer obras allá y acullá, resulta más serio y disciplinado aplicarse a rematar lo pendiente.
El nuevo alcalde, a diferencia de sus antecesores, debe hacer conciencia que es una obligación ética la continuidad en las obras y programas públicos, pues el abandono de ellos es, en esencia, una malversación de los fondos del pueblo. Además, la comunidad no puede quedar sujeta, en la satisfacción de sus necesidades, a los caprichos de la autoridad de turno o a las malquerencias o celos con el predecesor.
Por otra parte, el gobernante debe tener claro que su mandato, por abundante que sea la votación con que sea ungido por el pueblo, no le confiere derecho para, a su talante, salir a realizar obras desligándose de lo acometido por su antecesor. Ningún elegido tiene derecho a presumir que su elección le otorga el arbitrio de ignorar lo que recibe y salir a su antojo a ordenar obras por el solo prurito de pagar deudas electorales o satisfacer la vanidad de dejar su nombre adherido a nuevas obras, a veces ni urgentes ni necesarias.
Se puede ser bien recordado por la posteridad sin haber llegado a la alcaldía con una máquina de invenciones, pues tal es el cúmulo de obras inconclusas y de proyectos no acometidos que cuatro años pueden ser insuficientes para terminar las unas y poner en marcha los otros.
La imaginación sobra en una ciudad cuya expansión urbana está a punto de llegar a su fin por falta de suministro de agua potable, cuya movilidad se ve cada día mermada por la ausencia de vías, que tiene hospitales en demorada construcción pero que deben ser equipados, que tiene escenarios deportivos que reclaman atención permanente, que registra bajo índice de aseo, que no puede esperar otro bicentenario para construir las miles de viviendas dignas que sustituyan su cinturón tugurial, y, en fin, que a simple vista muestra sus inaplazables necesidades.
Cuando ya el número de aspirantes a la alcaldía se ha encogido, sería reconfortante escuchar que los supérstites en la contienda se comprometen, una vez iniciado su período, a realizar el censo de las obras inconclusas y de las pendientes de inicio para darles prioridad en la ejecución.

Abogado –Docente de la Universidad del Sinú – Cartagena

h.hernandez@hernandezypereira.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS