Columna


La colcha verde

ÓSCAR COLLAZOS

11 de junio de 2011 12:00 AM

ÓSCAR COLLAZOS

11 de junio de 2011 12:00 AM

Mi mamá hacía unas maravillosas colchas de retazos. Guardaba los pedacitos de cuanta tela le sobrara, lisas y estampadas, claras y de colores enceguecedores, de seda y de coleta, de tafetán y de cretona, y hasta de “dril armada”, el algodón con que nos cosía los pantalones.
Empezaba a coser retazos teniendo en cuenta la densidad de los tejidos y la gama de colores, dándole a su obra un equilibrio que dignificara este trabajo de pobre. No sabía que en otras partes del mundo y en otro idioma, se desarrollaba la industria del patchwork, una artesía que se valoraba mucho por el refinamiento con que se elegían los retazos.
Las colchas de retazos que mi madre cosía en una máquina Singer de pedales eran espléndidos cubrecamas. Cada vez que evoco el dormitorio de mi infancia, veo una cama de madera cubierta con una de esas colchas. A veces, cuando se agotaban los mejores retazos, había que echar mano a lo que quedara.
Y allí era donde la colcha perdía un poco su belleza artesanal. Iba a servir para lo que servían todas las colchas, para cubrir las sábanas y arropar, pero la prisa y la elección obligada de pedacitos de tela que no combinaban, hacía que esas colchas perdieran la calidad de otras. De todas maneras, era mejor aprovechar esos retazos que dejárnoslos para que hiciéramos pelotas de trapo. Pero mi madre se avergonzaba de ellas. “Las hice para no botar esos retazos”, decía con resignación.
La expresión colcha de retazos ha servido para hablar de unidades hechas con pedazos de todo acabadas a la brava y por pragmatismo, a veces sin orden ni concierto. Se dice, por ejemplo, que los partidos políticos son hoy colchas de retazos de ideas que ya no son ideas porque ha primado el sentido de las “alianzas estratégicas” sobre la coherencia ideológica o programática.
Lo más parecido a estas colchas son los sancochos. Pero se olvida que lo más digno del sancocho es la mezcla de ingredientes compatibles. Hasta el famoso “trifásico” une en un solo caldo carnes que el hervor hermana en una deliciosa promiscuidad animal y vegetal.
“Los Verdes” fueron una colcha hecha a la carrera. Fue un tejido de circunstancia, como las colchas que apenaban a mi madre. Los pedazos de tela que se encontraron para proponer una alternativa al uribismo eran de diverso peso y color y el más pálido de esos colores lo aportaba el ex alcalde Peñalosa, un uribista vergonzante.     
Después de la derrota en las elecciones de 2010 –una derrota de quienes buscábamos una alternativa al uribismo- los Verdes palidecieron. El electorado que habían tenido no fue convocado de nuevo, ni siquiera con un proyecto ecológico, en momentos en que el ambiente estaba ligado a la colosal corrupción del Estado y a la minería depredadora o criminalizada.
Uribe sabía que dividir es reinar y que Peñalosa quería volver a cualquier precio al palacio Liévano. Fajardo andaba en lo suyo; Lucho, haciendo frases ingeniosas; Mockus, enredado en su propia retórica. Para preparar el nuevo sancocho, había que aceptar el hueso de Uribe en el caldo. Para Mockus, era un caldo indigesto. Así que la alianza Peñalosa-Uribe se hizo, como decía mi madre, “para no botar esos retazos.”

*Escritor
 

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