Columna


La concentración del capital

MIGUEL YANCES PEÑA

13 de junio de 2011 12:00 AM

MIGUEL YANCES PEÑA

13 de junio de 2011 12:00 AM

En uno de los primeros realities de Caracol TV –los mejores- se presentó un concurso en el cual a los participantes se les entregaba por partes iguales una cierta suma de dinero para que participaran en una subasta de alimentos y postres, lo más preciado en las difíciles condiciones de vida de la isla en la que se encontraban. Había pocas reglas.

Desde el inicio se observó que unos tenían más habilidades y asumían más riesgos que otros (la subasta se hacía sin mostrar lo que se subastaba). Los antioqueños se destacaban: adquirían alimentos que luego renegociaban con los demás participantes; hacían asociaciones para adquirir los más costosos; y pronto lograron no solo alimentarse, sino que se quedaron con gran parte del dinero que estaba en circulación. Este fue el laboratorio perfecto de una economía de mercado.
¿Cómo se pudo evitar que unos (los más osados, astutos y competentes) fueran ganadores? Obviamente con reglas que terminarían destruyendo el espíritu del concurso, asimilándolo a una simple repartición, ya no de dinero sino de los bienes subastados, y con el criterio subjetivo de quien dirige la subasta.
Me atrevería a apostar que una vez hecha la repartición, y como consecuencia de la inconformidad de algunos, se realizarían trueques entre ellos (comercio sin dinero); situación que sólo se podría evitar, si todos los bienes fueran iguales, y la necesidad de alimentación de cada uno de los participantes fuera la misma: situación injusta y utópica.
Esta dificultad pone en evidencia las que se encuentran al momento de querer construir una sociedad completamente igualitaria, que de lograrlo, terminaría destruyendo la energía vital que hace a la especie humana en constante evolución, superior a las demás especies.
Sería, y es mucho mejor para la especie y para la sociedad, que se le permitiera a cada uno desarrollar plenamente sus capacidades y habilidades, cuidando, por consideración humana, y por seguridad social, que las diferencias entre los más y los menos aptos, no sean tan profundas. Esta, además de crear y hacer aplicar las reglas que permitan la convivencia social, es la función principal de un Estado en un régimen capitalista.
Las imperfecciones propias de la aplicación de estos principios en la vida real, propia de la intervención de los seres humanos, con sus debilidades e intereses, hacen creer a algunos que el sistema es injusto, quienes se inclinan por el utópico y populista que busca la igualdad mediante el totalitarismo y la pérdida total y perenne de libertades.
Roberto Ampuero narra en su libro “Nuestros años verde olivo” la historia de un joven chileno que huyendo de una dictadura de derecha (Pinochet) busca refugio en una de izquierda (Cuba). El protagonista establece una relación sentimental con la hija de una de las vacas sagradas de la dictadura, lo que le permite disfrutar de una vida opulenta que riñe con sus ideales revolucionarios.
Ampuero describe los privilegios y la corrupción existente también en los regímenes totalitarios de izquierda; y la apatía de un pueblo que recibe poco sin ninguna relación con el esfuerzo realizado. La inventiva ciudadana se desarrolla en la cultura de la trampa, en este caso contra el Estado.

*Ing. Electrónico, MBA, pensionado Electricaribe

movilyances@gmail.com
 

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