Columna


La enfermedad silenciosa

JORGE ENRIQUE RUMIÉ

12 de agosto de 2011 12:00 AM

JORGE RUMIÉ

12 de agosto de 2011 12:00 AM

Uno de los síntomas típicos de la “enfer-medad holandesa” en la economía, es que el paciente luce bien (en nuestro caso el país), y los doctores encargados de cuidarlo (los eco-nomistas del Gobierno), se engañan con su buen semblante, mientras el enfermo se con-sume por dentro. Y lo mismo aplica con al-gunos dirigentes gremiales y con algunos me-dios de comunicación, porque “la enferme-dad holandesa” tiene esa condición rara de indisponer sin malestar aparente, como los diabéticos en una dulcería o los hipertensos en un “striptease”, cuando ignoran su diag-nóstico.
Para aquellos que la desconocen, la “en-fermedad holandesa” afecta a un país cuando éste recibe una cantidad desbordada de divi-sas producto de las exportaciones crecientes de sus recursos naturales no renovables (pe-tróleo y minería), lo que valoriza la moneda local, y como consecuencia, los otros sectores de la economía, como la industria y la agri-cultura, se ven afectados injustamente por la pérdida de su competitividad versus los pro-ductos importados, e internacionalmente por la caída de sus exportaciones. Para muchos economistas, la “enfermedad holandesa”, cuando no se esteriliza prudentemente, la consideran como “la maldición de los recur-sos naturales”, porque tiene el mismo efecto de un loco cuando se gana una lotería -se vuelve más desequilibrado- y termina afec-tando, vía revaluación, a los miles de empre-sarios locales quienes casualmente “sí” le apuestan al país, invirtiendo, produciendo, cultivando o generando empleo.   
Otro síntoma típico de la “enfermedad holandesa” son los anuncios oficiales de op-timismo desbordado con respecto al creci-miento de la economía, sus exportaciones y la inversión extranjera, cuando en realidad co-rresponden a la bonanza que imprime el pro-pio sector minero y energético. Por ejemplo, en lo que llevamos del 2011, las exportacio-nes tradicionales crecen al 52,86 %, mientras las no tradicionales, donde contabilizamos la industria, decrecen al –1,56%.  
De ahí que preocupen los informes re-cientes que están demostrando cómo la in-dustria y la agricultura viene perdiendo parti-cipación en el PIB nacional. De 1970 a 1980, la agricultura participaba con el 24% del PIB, la industria con el 22% y la minería con el 2%. Para la década de 2000 a 2010, la agri-cultura ya cae al 7%, la industria al 14% y la minería, caso contrario, sube al 7%, sin con-tabilizar el boom actual.
Pero lo triste de todo es que el país viene actuando tímidamente en su política econó-mica para contrarrestar los efectos de los flu-jos de capitales y la bonanza referida, mien-tras que otros, con igual o mayor problema,  como Chile, Perú, México e inclusive Brasil, son más agresivos en mantener el costo del dinero (los intereses bancarios), comprar dó-lares, equilibrar sus cuentas fiscales, controlar los capitales golondrinas o ahorrar la bonanza en el exterior.
Es impresionante, pero Colombia tiene hoy el mismo tipo de cambio de hace 12 años. Y curiosamente los más beneficiados con la revaluación son el Banco de la Repú-blica, con el manejo de la inflación; y el Go-bierno, con su deuda extranjera y con la pre-sentación de sus cuentas macroeconómicas en dólares a los organismos internacionales. El resto…; que arree.

*Empresario

jorgerumie@gmail.com

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