Si algo necesitamos hoy es acercarnos a Dios a través de la oración personal y la santa misa en familia cada domingo. Las personas capaces de salvar sus momentos fuertes con Dios saben que esos momentos los salvarán más adelante.
Me gusta la capilla de Villa Claver, en Turbaco, donde se ora viendo la ciudad. También desde la Popa. Necesitamos silencios que saquen palabras buenas y saludables. Los grandes aciertos nacieron de largos momentos de rodillas ante Dios. Quien ora enferma menos y logra grandes cambios en personas, situaciones e instituciones.
Me llegó un libro muy interesante: ¿Por qué me hice sacerdote? Ed. Sígueme: Salamanca, 1989. Su autor es el jesuita francés Aimé Duval, quien en los años 60 irrumpió en la Iglesia con la música religiosa Pop, pero veo que no era lo más importante. Hay en él cosas mucho más profundas nacidas del calor de su hogar. Aquí su testimonio: “Yo era el quinto de una familia de 9 hermanos…;En ella aprendí la piedad sencilla. Diariamente teníamos la plegaria de la noche recitada en común. Mi hermana Elena recitaba las oraciones, unas plegarias largas para unos niños, ella aceleraba, tomaba atajos, hasta el momento en que mi padre le decía: vuelve a empezar. Entonces aprendí que a Dios se le habla poco a poco, seriamente y con una paciente amabilidad. Me emociona recordar la actitud de mi padre. Él, siempre cansado por sus trabajos en el campo o en el transporte de la madera, él que mostraba sin rubor estar fatigado al volver del trabajo, se ponía de rodillas, después de cenar…;sin dirigir una mirada a sus hijos alrededor suyo, sin un movimiento, sin toser, sin impacientarse. Y yo pensaba: “Mi padre, que es tan fuerte, que manda en casa, que hace lo mismo con sus bueyes, que es orgulloso delante de los reveses de la suerte y tan poco tímido delante del alcalde, los ricos y los inteligentes, se vuelve como un niño delante de Dios. Creo que Dios ha de ser alguien muy grande para que mi padre se arrodille y también muy familiar si le puede hablar en ropa de trabajo…;
A mi madre nunca la vi de rodillas. Estaba demasiado cansada y solía sentarse…;con el último recién nacido entre sus brazos. Llevaba su vestido largo, sus cabellos castaños esparcidos sobre su cuello y los niños alrededor suyo, apoyados en su madre. Ella seguía con sus labios las plegarias de principio a fin. Las decía por su cuenta. Curioso que no parara nunca de mirarnos. De uno en uno, por turnos, recibíamos su mirada. Una mirada más larga sobre los más pequeños. Nos miraba, pero nunca decía nada. No lo hacía cuando los pequeños se movían o murmuraban, o cuando el gato tumbaba una olla en la cocina. Y yo pensaba: Dios tiene que ser muy amable para que se le pueda hablar con un niño en los brazos y el delantal puesto y tiene que ser alguien muy importante para que ni el gato ni la lluvia tengan importancia. Las manos de mi padre y los labios de mi madre, me enseñaron más sobre Dios que el catecismo.” El padre Duval falleció en 1984.
*Director del PDP del Canal del Dique y Zona costera
ramaca41@hotmail.com
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