Columna


La fuerza del pesebre

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

18 de diciembre de 2011 12:00 AM

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

18 de diciembre de 2011 12:00 AM

¿Cómo celebrar la navidad con tanto abatimiento en nuestras conciencias por la inequidad e injustica? La sensatez no nos dejará caer en el lirismo tradicional reforzado por la propaganda de los centros comerciales. Pensar en el pesebre es reconocer que Jesús nació fuera de su casa, entre animales “porque no había lugar para su familia en la posada”. San Juan nos dice con tristeza: “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Desde el principio define su misión: estar del lado de los que no tienen tierra, techo, ni lugar social. A ellos dirige primero su mensaje. Se identifica con ellos y es la única razón para que siga naciendo del vientre de los pobres. Ellos son el pesebre donde reposa permanentemente. Ellos, como ayer, tienen muchos rostros, algunos reconocidos.
En Cartagena muchos niños pasan hambre. No pocos sufren en las calles y algunos sobreviven de pequeños robos. Muchas niñas se prostituyen para ayudar en casa. No faltan los negros que sufren y cargan en cuerpo y alma, el estigma de la discriminación. La mayoría vive del rebusque y de milagros cotidianos. Se consideran explotados privilegiados por un sistema injusto de trabajo informal y de los beneficios vergonzosos de la seguridad social.
Son los “ceros económicos”, olvidados, los hermanos más humildes del Hijo de Dios, encarnado en nuestra miseria. Gritan: “Queremos vivir, ser gente, también somos hijos de Dios. Hasta cuándo, Señor, debemos esperar tu venida y, con ella, tu justicia, ternura y paz.”
En Navidad se escuchó ese grito. Dios deja su luz y misterio, y vive entre los humillados. Se hace un niño que llora entre el buey y la mula. Y les dice: “Ustedes son mis hermanos y hermanas, hijos del Padre querido. Quiero ser para ustedes el Dios con nosotros. Yo enjugaré sus lágrimas. Seré la vida y el derecho que buscan. Mi nombre es Jesús, el Dios liberador, alegría para todo el pueblo.” Justo en este momento aparece el pesebre como expresión de la bondad y del amor humanitario de nuestro Dios. Ahora ya no es el Dios de quien se decía “grande es nuestro Dios e infinito su poder”. Ahora hay que decir: pequeño es nuestro Dios e infinito su amor.
Cartagena tiene que mirar hacia sus hijos más humildes con más profundad que antes. Bendita sea esta hora que nos toca vivir, en la que nadie puede ser mediocre. Nuestro pueblo quiere nacer desde la solidaridad que nos falta, desde la compasión hacia el otro y desde la ternura que expresan las caricias de Dios.
Miren el pesebre de sus casas. Contemplen cómo refleja la humanidad dividida entre los que tienen abundancia y los que carecen de todo: no hay lugar para ellos en la hospedería de la prosperidad. Sólo la fe en Dios puede cambiar el desequilibrio humano. Cartagena tiene que hacer un acto de fe creyendo que el bien es más fuerte que el mal y que la verdad es más poderosa que la mentira. Dios es el niño pobre, recostado en la pesebrera, que necesita ayuda. Nuestro deber es transformar el pesebre en igualdad y dignidad. 
Post scriptum: Para todos, una Navidad serena en familia.

*Director del Programa de Desarrollo y Paz del Canal del Dique.

ramaca41@hotmail.com

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