Cierto día visité un regalo del universo, el Parque Tayrona, uno de los sitios más bellos y mágicos del planeta, con la sierra nevada imponente de fondo, sus playas alucinantes y el espíritu de los antepasados taironas por todos lados. Al llegar a la portería había una fila larga de vehículos y muchos mochileros desesperados. A un vendedor paisa que se acercó le pregunté qué pasaba: “¡Creo que ya bajaron la guadua, patroncito!”, fue la respuesta gráfica de mi paisano.Se refería a la guadua que utilizan en su tierra para controlar el acceso a muchos lugares. Como en toda reserva natural que se respete, el Parque Tayrona tiene calculada la “carga máxima” de visitantes para garantizar su conservación; una vez se copa, se impide entrar, salvo a quienes tengan reserva. Respetar la “carga máxima”, más allá de la cual sería insostenible un ecosistema o un asentamiento urbano, es un imperativo ambiental. Con tal concepto, por ejemplo, se restringe el número de visitantes en las ruinas de Machu Picchu y las Islas Galápagos, dos patrimonios de la humanidad amenazados.
La “casi” Ministra del Ambiente, Sandra Bessudo y su Viceministro Carlos Castaño, antropólogo enamorado de los jaguares y la serranía de Chiribiquete (otro regalo de Universo en la Amazonía colombiana), en buena hora, tienen la intención de calcular la “carga máxima” para Barú. Igual ejercicio se debería hacer para los sitos turísticos y urbanos de Cartagena, amenazados por la densidad y el desarrollo incontrolable.
Sería estúpido desconocer que el crecimiento económico es una fuente sólida para crear empleo y mejorar la calidad de vida, pero más lo sería no reconocer que el desarrollo tiene un límite de saturación, más allá del cual se deterioran los recursos sin alcanzar esos objetivos sociales. De ahí nace el concepto de la “guadua”: una de las claves para la “sostenibilidad”.
La visión competitiva de Cartagena enfrenta dos corrientes polarizadas: la desarrollista a ultranza y la conservacionista pura. Entre ellos está la franja sutil de los “sostenibilistas” (perdón por el abuso del lenguaje). Los primeros sueñan con un “Manhattan” en Bocagrande, Barú y Tierra Bomba; los segundos con mangles invadiendo el paisaje y monumentos históricos. Qué difícil es llegar al punto medio que sueñan los del centro...
El deterioro de los recursos y la calidad de vida son evidentes en muchos sitios y actividades urbanas de Cartagena, por una sobresaturación más que extrema porque no se “bajó la guadua” a tiempo a los mototaxistas y vendedores ambulantes, adueñados de las calles, Bazurto, aceras y playas.
La guadua no se baja con la mera autoridad de un gobernante, sino con un “pacto colectivo” (implícito) de los ciudadanos y fuerzas vivas, de todos los estratos socioeconómicos, para propiciar un cambio cultural hacia el desarrollo sostenible. Los escasos recursos fiscales deberían invertirse, en buena parte, en esa transformación propositiva del capital humano regional, empezando por los niños.
Los empresarios tiene un papel protagónico en tal propósito: las “mega obras” en refinerías, hoteles, puertos, industrias, edificios, centros comerciales y sistemas de transporte masivo resultarían en un mega suicidio colectivo si bajamos la guardia y no la “guadua”.
*Ing. Civil y MBA, Directivo Empresarial
restrepojaimea@gmail.com
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