Columna


La horrible mujer castigadora

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

09 de mayo de 2012 12:00 AM

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

09 de mayo de 2012 12:00 AM

Muchas veces he tenido la sensación de que nada ha cambiado. Si me encerrara en el cuarto por varios meses y de repente saliera una tarde encontraría que todo está en el mismo sitio de antes, las mismas estructuras de poder gobernando torpemente a las sociedades, el mismo modelo económico ejerciéndose contra los pobres y para las minorías de siempre. Estoy seguro de que esa es la razón de que Norman Mejía se encerrara en su casa hasta morirse de viejo, pintando sin detenerse mientras su figura de anciano ensimismado era consumida por el olvido al que están condenados los artistas de las ciudades de la Costa. Norman pintó a sus mujeres desnudas y golpeadas, con las tetas echadas por todos lados como dos sombreros gastados.     
Yo soy lo que él ha pintado. Estoy allí, en un autorretrato que sufre esperando en el paisaje. Pero el paisaje ya no eran las casas de bahareque, ni arroyos con fantasmas melancólicos en la orilla, ni traspatios diseñados en la enorme pesadilla de la noche, ni gajos de totumos como orgías de calaveras suspendidas sobre la materia indeterminable del monte. El paisaje se ha vuelto más denso, más duro, producto de la mala gana con que nos movemos de una época a otra. Me encuentro rodeado por los postes y las calles donde a veces cruza fulminante una motocicleta como un centauro de hojalata, pasándome por el lado para ver si le pido que me mate o que me lleve a otro barrio. Esta ciudad envuelta con edificios y escaleras que son la metáfora moderna del barranco, allí estoy, pintado por Norman, mezclado con las prostitutas y los extranjeros, envuelto con los gamines y los gatos negros como una buena presa de carne en este olvidado tamal de concreto, tragándome las mentiras de los noticieros, perdiendo el tiempo con la música de otros años, dejando bolígrafos en mis zapatos a ver si de repente se escribe la biografía de mis pasos, viajando en colectivos que están a punto de deshacerse en pedazos, con una sonrisa que dura lo que duran los orgasmos.
Pienso que La Horrible mujer castigadora está pegada a todos nosotros como un chicle y una sombra. ¿No se dan cuenta? Es la historia, el reincidente y miserable rosario de años que cargamos en el cuello y que vuelve a aparecer al otro día como una rutina perpetuada por el miedo, son las generaciones infinitas sometidas al fraude interminable de la democracia colombiana, al embuste de la felicidad entre la pobreza, es nuestra historia harta de desgraciados y de espantos el único jeroglífico del destino que nos tatuaron en las manos, fastidiada de que siempre salga el número del diablo en la papeletica “embembada” de los confites, con la tierra llena de petróleo por los huesos enterrados.  
Aquello lo pintó Norman: un país cuya bandera merece que el color rojo sea más grande. Espero y miren sus cuadros.

*Estudiante de literatura de la Universidad de Cartagena

orolaco@hotmail.com

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