En los últimos años, los análisis sobre la justicia privilegian dos aspectos. La tradicional demora en las decisiones y el arrume de expedientes atascados. También la necesidad de incrementar los recursos económicos.
Visto de la anterior forma pareciera que las fallas en la justicia tienen motivos internos que excluyen del examen un espacio problemático más amplio donde la comunidad espera y demanda.
Hace poco, en el país adormilado, de ruralidad abúlica, urbes detenidas, y discusiones de variada teología, se abría paso una noción discreta y social de las profesiones liberales. Los médicos se aplicaban a lograr la salud; los maestros a enseñar la sabiduría; y los abogados y jueces a implantar la justicia. Al concebir así, horizonte de virtudes, el ejercicio de una pericia, esas profesiones eran en verdad misiones que ennoblecían a los profesionales y a la sociedad.
Tal vez la transmisión y el enriquecimiento de los saberes no constituía una mecánica de apropiación sino que implicaba una ética de aprehender a fondo y aplicar los conocimientos con rectitud y una utilidad intangible. Es decir, el bolsillo ajeno y el propio de últimos.
Quien sabrá si esos ideales hoy vistos como románticos no fueron suficientes para recibir el vértigo de las transformaciones. No debió de ser fácil pasar de los ladrones de gallinas de patio y escaladores de casas a los sofisticados delitos financieros con herramientas tecnológicas. De los repartos de herencias entre hijos de aquí y de allá a las trampas sorpresivas y los engaños a la senectud. De los niños extraviados a los niños secuestrados o vendidos. Para colmo la moral en el hacedor de riqueza no contaba y un capitalismo sin ley ni Dios arrasaba cuanto valor de convivencia sobrevivía. La pobre defensa de los legisladores era una respuesta aritmética: aumentar las penas. Esta progresión de las penas merece un estudio detenido. Al haber desaparecido la sanción moral y social que los clásicos tenían como el sufrimiento mayor por el castigo merecido, siempre las penas quedarán reducidas. Si a ello se agrega la modalidad, no para los humildes por supuesto, de declarar el domicilio prisión y las fugas nocturnas travesuras, los delitos y las penas son un chiste.
La complejidad del crimen actual, la medición del daño, los sistemas garantistas, requieren profesionales de una formación jurídica integra, excelente y de una fortaleza ética sin fisuras.
Tanto en el juez como en los abogados. Si los jueces en lugar de tomar el camino fácil de admitir cuanto recurso proponen los apoderados, lo hacen con la idea admisible pero equivocada de respeto al derecho a la defensa, y fueran capaces de rechazar lo no pertinente, tanto en los recursos como en las tutelas, otro cantar escucharía la comunidad.
A reflexionar sobre este punto ayudarían las facultades de Derecho si escarban en los expedientes que traban a la justicia y demuestran como más de la mitad de los memoriales y los autos y las recusaciones y las amenazas no son más que vulgar paja, irrespeto a la justicia.
El del parque del Centenario dice: ¡analízalo!
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