Columna


Empiezo dejando en claro que no soy docente ni tengo algo que ver con el sistema educativo colombiano, pero sí soy un padre de familia, que tiene hijos estudiando y que, además, fue estudiante en tiempos no tan remotos.
No tengo algo en contra de que los nuevos docentes y colegios quieran dotar al estudiante del siglo XXI con buenos materiales didácticos y textos que produzcan un verdadero encuentro con el conocimiento, pero lo que sí me abruma son los precios de las listas de útiles, como si la misión de enseñar con excelencia caminara en proporción directa con las sumas de dinero que tienen que gastar los padres de los educandos.
Es decir, las listas y sus precios parece que quisieran expresar que entre más se gaste en textos escolares, en uniformes y en otras arandelas, mejor se enseña. No sé si esa será la filosofía del actual sistema educativo y a lo mejor me estoy volviendo un viejo reaccionario ante todo lo que signifique renovación.
Puede que así sea, pero también debo reconocer que cuando veo esas abultadas listas con sus precios, comienzo a extrañar a ciertos profesores de mis épocas de estudiante de bachillerato, quienes enseñaban teniendo como únicas armas su conocimiento, su voz, una simple tiza y un tablero.
Nunca necesitaron exigirnos libros, aunque ellos permanentemente se estaban fortaleciendo con cuanto texto saliera al mercado y que tuviera que ver con alguna nueva visión del área que dictaban. Y no estoy diciendo que en aquellas épocas los colegios no pidieran útiles. Sí los pedían, pero tampoco era una exigencia ineludible como para que el estudiante no tuviera problemas en el proceso de la enseñanza.
No bien ha empezado el año lectivo y ya se oyen las voces de padres de familia quejándose de colegios que piden uniformes para cada grado; o de los que incurren en la petición de útiles inútiles que nunca llegan a usarse. Ya escuché a un colega diciendo que piensa hacerle un seguimiento al colegio de sus hijos, para saber si de verdad van a utilizar los textos que les pidieron y que le salieron por un ojo de la cara. En caso contrario, pondrá el caso en manos de las autoridades.
Y es en estos casos cuando uno se pregunta qué tipo de controles ejecuta el Ministerio de Educación Nacional, pues no es posible que un establecimiento educativo, sólo por ser de carácter privado, se tome atribuciones que verdaderamente atentan contra la economía de una familia modesta, como lo es la mayoría de las que pueden enviar a sus hijos al colegio en este país.
Conozco el caso de un vecino quien tiene a sus hijos en el mismo colegio, pero anualmente debe comprar listas nuevas, porque el plantel cambia los libros que podrían servirles a los niños de los cursos inferiores.
También deben haber en la ciudad muchos casos en donde las instituciones educativas exigen comprar los útiles en una determinada librería o con el sello de cierta cada editorial, lo que induce a pensar en que detrás de cada lista se esconde un contubernio entre colegios y empresas editoriales. No hay de otra.
Eso, sin mencionar a los establecimientos educativos que durante todo el año se la pasan pidiéndole a los estudiantes uno que otro material didáctico o recreativo, como si no hubiese sido suficiente con el enorme gasto que provocó la lista al comienzo del año.

*Periodista

ralvarez@eluniversal.com.co

*Rotaremos este espacio entre distintos columnistas para dar cabida a una mayor variedad de opiniones.

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