Columna


La llave mágica

ALBERTO ARAÚJO MERLANO

15 de octubre de 2011 12:00 AM

ALBERTO ARAÚJO MERLANO

15 de octubre de 2011 12:00 AM

La persona reactiva actúa usualmente movida por los criterios que heredó de sus abuelos o que le sembraron en la mente de palabra o con el ejemplo sus padres y quienes le rodearon durante sus primeros 7 años. Sus reacciones están predeterminadas y dependen  de esos condicionamientos.
Por eso cuando comete un error y alguien le corrige suele responder “es que yo soy así”. O cuando afronta un problema grave dice  “no puedo hacer nada” o “esto me vuelve loco”, etc.
La proactividad, en cambio, es el hábito que nos permite hacernos dueños de nuestras vidas, artífices de nuestro destino.
Quienes han logrado analizarse, conocer cuál es el arte, oficio o profesión en que se sienten más a gusto, que  desempeñan con facilidad y placer, que han podido observar cuáles son sus fortalezas y cuáles sus debilidades, se encuentran en condiciones óptimas para ejercer la proactividad, cuyo primer ejercicio es trazar su plan de vida.
La persona proactiva reflexiona tranquilamente en quién quiere llegar a ser y qué quiere lograr en determinado período de tiempo, y con esas ideas claras, redacta su misión y su visión de vida.
Muy pocas personas se toman el trabajo de practicar este sencillo y esencial ejercicio  por pereza mental, pero quienes lo hacen suelen conseguir lo que se proponen por aventurado y difícil que pueda parecerle a los demás.
El ejercicio es fascinante. Nos enseña a soñar despiertos y a disfrutar gozosamente cada uno de los logros que vamos conquistando.
En principio, todos somos fruto de los genes heredados y de los puntos de vista con los cuales se forjó nuestro criterio desde nuestra infancia más tierna por la influencia recibida durante nuestros primeros años de vida cuando todavía no teníamos uso de razón y, por tanto, creímos ciegamente cuanto veíamos e íbamos asimilando ingenuamente cuanto nos decían los mayores y aprendíamos del ejemplo de nuestros padres y de las personas con quienes convivíamos para formar nuestro criterio.
No todo en ellos fue digno de ejemplo. Sus enseñanzas no fueron siempre positivas y sanas. Por lo regular ellos también las heredaron de sus mayores y las convirtieron en sus patrones de vida.
En nuestras manos está romper la cadena.
Afortunadamente gozamos de la facultad de autovalorarnos, de conocernos en profundidad y de la libertad esencial de modificar esos criterios y esos comportamientos heredados y aprendidos inconscientemente que han sido parte fundamental de nuestra manera de ser y actuar.
El buen uso de esa libertad se llama proactividad y es la llave mágica que puede cambiar dramáticamente nuestra existencia y la de quienes nos rodean o dependen de nosotros.
De las personas proactivas se dice que tienen iniciativa, saben lo que quieren y utilizan los medios convenientes para conseguirlo. Utilizan provechosamente su libertad. Se hacen independientes y se convierten en líderes en su área de acción.
Ante un problema cualquiera el proactivo dirá: “examinaremos nuestras posibilidades”; “yo elijo esta alternativa”; “controlo mis emociones”; “prefiero tal cosa”; “lo conseguiré pase lo que pase”, etc. Y se desempeñará conforme a lo que ha elegido como su misión de vida.
La mayoría de las personas es reactiva.
Disponemos de una sola existencia terrenal. Ella puede transcurrir como un corcho, sobreaguando a merced de las corrientes, o podemos transformarla en un barco y hasta en un poderoso trasatlántico cuyo piloto y dueño es uno mismo y que puede conducirnos al puerto que nosotros elijamos.
Podemos transformar  muchos corchos en majestuosos transatlánticos que nos lleven con seguridad al maravilloso puerto de nuestros sueños más encumbrados.

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