Columna


La marcha de las putas

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

23 de junio de 2011 12:00 AM

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

23 de junio de 2011 12:00 AM

El mes de enero, en una conferencia sobre seguridad ante universitarios canadienses, un representante de la Policía de Toronto le recomendó a las mujeres no vestirse “como putas” para evitar convertirse en víctimas de la violencia sexual.Las mujeres de Toronto no tardaron en reaccionar y convocaron a la primera Slutwalk o Marcha de las putas. Luego fue replicada en otras ciudades, como Chicago, Londres, Brasilia y Ciudad de México, en las que marcharon hombres y mujeres, con la intención política de resignificar los imagina-rios sobre la violencia sexual, en los que de manera equivocada se le atribuye culpa a la víctima y se libera de responsabilidad al agre-sor.
La marcha de las putas va caminando a través del mundo, por esa necesidad de dejar muy en claro que el único responsable de una agresión sexual es el agresor. Es una protesta colectiva en la que participan hombres y mu-jeres, y reclaman seguridad para las mujeres en los espacios públicos y privados.
Además, la marcha lleva en su espalda re-clamos de derechos, como que las víctimas de violencia sexual tengan acceso integral a los servicios de salud, en los cuales se tenga en cuenta la anticoncepción de emergencia y la interrupción voluntaria del embarazo según lo que estipula la ley.
Caminan mujeres y hombres, vestidos como quieren, la mayoría de manera muy cómoda, dispuestos a marchar, pero otros de manera pintoresca, simbolizando la libertad que deben tener las mujeres sobre su cuerpo.
Los lemas son ingeniosos y claman por cuestionar a los prejuicios: “No veas putas donde hay mujeres libres”, “Escucha baboso, yo elijo a quien me cojo”, “escucha acosador, no me gusta el arrimón”, “No significa no”, “me reservo el derecho a vestirme como me dé la gana”, “me querés virgen, me querés santa, me tenés harta”, “nuestro cuerpo no es propiedad pública”.
Con mucha creatividad la Marcha de las putas hace énfasis en que el estigma genera mucha vulnerabilidad social, es peligroso, y es el caldo de cultivo para la violencia. El uso de la minifalda, del escote, de los tacones, la bo-ca pintada de rojo, las medias de mallas, la tanga brasilera, o incluso el desnudo, es una decisión sobre el propio cuerpo que no justi-fica ninguna forma de violencia.
La creencia de que las víctimas incitan al agresor, es una idea típica de una cultura que premia el uso de la fuerza, que culpa y hostiga especialmente a las mujeres, que condena a la víctima y justifica al victimario. Que intenta, de manera equivocada, revelar a los hombres como animales brutos sin control, incapaces de dominar sus impulsos, pero prestos a do-minar los cuerpos ajenos.
Es el mismo argumento erróneo de aquel padrastro que abusa de la niña y luego dice “es que ella me provocó, y usted sabe, yo soy hombre, y un hombre no puede contenerse”.  Los mismos hombres han demostrado que se puede ser hombre de muchas maneras y la mayoría no sólo son capaces de controlar sus “instintos” sino que defienden a las víctimas de los agresores.

*Psicóloga

claudiaayola@hotmail.com

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