Columna


La Matuna

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

16 de mayo de 2011 12:00 AM

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

16 de mayo de 2011 12:00 AM

Cartagena, con frecuencia que se torna preocupante, anda sin rumbo ni timonel. Lo que ha permitido que “La Matuna”, en pleno centro de la ciudad antigua, dejara de ser un sueño para convertirse en un tugurio. La urbanización nació como una hermosa aspiración, cuando se iniciaba la década de los cincuenta. Se trataba de abrir nuevos y modernos horizontes a las actividades mercantiles, a fin de facilitar la descongestión del casco colonial que empezaba a desbordarse.
El proyecto era completo. No dejaba detalles sueltos. Incluía todas las necesidades requeridas por un centro comercial y financiero que permitiera el desarrollo de las inmediaciones del recinto amurallado, sin sacrificar el ambiente recoleto de las callejuelas centenarias y de los claustros conventuales. Debían coexistir, casi pegados, uno junto a otro, la urbe antañona, preñada de glorias y de sombras, y el barrio contemporáneo, de perfiles audaces, vital y fragoroso, en el que estaban previsto lo actual y lo futuro. Hasta la altura de los edificios fue establecida. No podía pasar de cinco pisos para no minimizar la Torre del Reloj Público.
Pero la realidad fue más fuerte que la imaginación y las buenas intenciones. El proyecto se esfumó como una columna de humo batida por las brisas. Murió por la ausencia culpable de una autoridad en fuga. Únicamente quedaron las ilusiones, extraviadas en la nostalgia de los creadores de la utopía.
En “La Matuna” se han violado todos y cada uno de los fines del proyecto original. La despreocupación oficial la ha convertido en un inmenso muladar, en el que se entremezclan y conviven los vicios y la porquería, el desorden y la inseguridad, el hacinamiento y la proliferación de truhanerías, zahúrdas y cuchitriles. Se ha llegado allí al fondo de la ignominia. Cohabitan la gaminería desarrapada y las ventas malolientes e insalubres de carnes y pescados, ofrecidos sobre mesas desvencijadas, y las cantinas sórdidas, los bazares en hileras tirados en los andenes y las fritangas y los comederos improvisados en plazoletas.
Y, en medio de la despreocupación progresiva de los gobiernos distritales, se va multiplicando la audiencia de los rebuscadores profesionales, a escasos metros de la ciudad antigua. Ese sector, prostibulizado a la vista de una autoridad parapléjica, es la demostración fehaciente de la falta, ya crónica, de interés por encontrar soluciones adecuadas a un problema oprobioso que ha venido creciendo cada día, por lapso de años, y que hoy constituye uno de los lastres más infamantes de Cartagena.
“La Matuna” tiene que convertirse en objeto prioritario del Distrito que cuenta ahora con el aval de un viejo fallo del Concejo de Estado que ordena la recuperación del espacio público en gran parte de la urbanización. Pero la Alcaldía ha puesto oídos de mercader a la providencia judicial, sin que exista razón valedera para aplazar su cumplimiento y buscar remedios eficaces a la dolencia que ha adquirido ya caracteres alucinantes y constituye un monumento a la incuria imperdonable de gobiernos sucesivos. ¡A volar, “Mariamulata”!

*Ex congresista, ex embajador, miembro de las Academias de Historia de Cartagena, y Bogotá, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua.

academiadlhcartagena@hotmail.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS