Columna


La muerte de mi compadre

MANUEL DOMINGO ROJAS

27 de marzo de 2012 12:00 AM

MANUEL DOMINGO ROJAS

27 de marzo de 2012 12:00 AM

Con mi compadre nos conocimos cuando entramos a las aulas de la facultad a estudiar Derecho y Ciencia Políticas y forjamos desde entonces una amistad sólida. Al poco tiempo comenzamos a decirnos compadre sin la existencia aún de vínculo sacramental alguno, lo que tendría ocurrencia tiempo después para honrar lo que ya habíamos decidido por cuenta propia y sin razones religiosas.
Mi compadre se hizo a pulso en medio de las circunstancias económicas más adversas. Su abuela materna, a quien veneró y de quien siempre se sintió orgulloso, lo apoyó envolviendo tabaco en el mercado público desde cuando este quedaba en el centro de la ciudad y aún no se había consumido en un estallido de pólvora ni había sido trasladado a toque de banda.
Primero se graduó de agrónomo, pero sus metas y ambiciones iban más allá. Por eso entró a la Facultad de Derecho de la Universidad de Cartagena.
Mi compadre fue un hombre libre. Libre de ataduras y de prejuicios. Sólo obedeció en su vida a sus propias normas. Una especie de Zorba de estas tierras del Caribe que aplicó para sí la emblemática canción “A mi manera” que tan famosa hizo Frank Sinatra.
Le caracterizaron su inclinación y gusto por el sexo femenino. De todas las formas, edades y colores. De allí su numerosa descendencia a la que siempre apoyó y cuidó con un sentido tribal que heredó de sus ancestros africanos y que se extendió a sus hermanas, tíos, sobrinos e incluso a sus amigos y colaboradores inmediatos. Por eso se le veía rodeado de un séquito como un príncipe africano, perdido de ruta y de camino. Manes del colonialismo que arrancó de sus raíces pueblos y culturas.
Su figura siempre elegante con ropa blanca, corbata, zapatos capricho, tirantes de diferentes colores para sostener los pantalones de planchado impecable y sombreros de diferentes formas y tonos, se impuso en los juzgados donde fue un litigante inteligente, combativo y exitoso.
Entre los sueños que se le quedaron por cumplir está la publicación de unos libros de su autoría sobre Derecho Policivo y restitución de inmuebles, temas en los cuales fue reconocido y respetado en el medio judicial.
La muerte se lo llevó de repente, una madrugada de un viernes de marzo y lo atacó en el corazón que guió sus tantos lances amorosos y a veces le tendió celadas como esta última, que fue definitiva.
El día de su entierro estuvimos sus familiares, sus amigos, su esposa y cuatro  de las mujeres que le acompañaron en la vida y le dieron hijos. En la funeraria, su gente del Mercado de Bazurto exigió que antes de llegar al cementerio, el féretro fuera conducido al sector donde se vende el pescado y allí le rindieron homenaje con música de acordeón, brindis de ron, canciones compuestas para él, y gritos de “fuego, fuego, fuego”, un código inventado por el compadre a cuyo conjuro distribuía dinero.
Luego, el cortejo fúnebre llegó a los Jardines de Paz, al son de la música, los rezos, las lágrimas y el coro de “fuego”, en singular ritual.
En ese momento, me pregunté: ¿Estaremos ante el fin de una vida o el comienzo de una leyenda urbana?
Compadre Antonio Hernández Blanco, descanse en paz.

madorojas@hotmail.com

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