Ante lo atractiva que resulta Cartagena para el mundo, los excedentes de capitales ven en su suelo nuevos espacios para su migración: descubrieron Getsemaní, Chambacú, El Espinal y Torices donde ya se sienten las corrientes especulativas que elevan los precios de la tierra y proponen la máxima utilización de cada centímetro de lote, para ampliar ganancias, construyendo enormes torres y macizos comerciales, repitiendo así un modelo fracasado en distintos lugares del planeta.El agotamiento de la “vieja” Cartagena esa de la estrecha franja de tierra sobre la costa donde se ha realizado la principal expansión inmobiliaria, entre Manzanillo, El Laguito y Castillogrande- invita a correr su frontera y a buscar nuevas zonas de expansión. Parece que se quisiera cercar el Castillo de San Felipe y ponerlo en jaque. Pero en la historia del desarrollo urbano de Cartagena de los últimos cincuenta años a quien se ha puesto en jaque es a su población. Se le ha erradicado –así se decía hasta hace poco tiempo- del borde de la muralla, Chambacú, el caño Juan de Angola y La Boquilla. Se le expulsó del Centro Histórico, San Diego y Getsemaní, en un proceso que empezó hace tiempo: en los años 60 de la pasada centuria. Todos los casos muestran que los llamados procesos de renovación no sólo se hacen en materia arquitectónica y urbana. No existe un solo caso en el que la población cartagenera haya permanecido en el mismo lugar luego de ellos.
Y como ocurre cuando un sistema económico ocupa un territorio que no le pertenece, las ambiciones de lucro pretenden redimir esos lugares donde cuajan lo que consideran “culturas inferiores”. Es el caso del Caribe colombiano y de Cartagena donde, desde la primera Conquista española hasta nuestros días, hay una constante en la mirada subvaluada y peyorativa hecha desde afuera de sus gentes. Cronistas y religiosos, conquistadores y líderes de la independencia, republicanos e intelectuales andinos construyeron un estereotipo de sociedades “no aptas para la civilización y el progreso”, inmersas en la estridencia y la mugre.
Ahora, para los especuladores, en las nuevas zonas de interés inmobiliario, la población mantiene esos bellos lugares de gran potencial urbanístico en estado deplorable. Traen sus ideas de progreso en la cabeza, copiadas de otros lugares como copiaron edificaciones de otros puntos del planeta de clima más benévolo. Ellos son los portadores de la idea de una nueva Cartagena, más “fashion”. Son los nuevos redentores de una ciudad que ha de ser sometida, como en la primera Conquista. Para que camine sobre ella “gente linda”, a la manera de esa falsa ilusión que produce ir a uno u otro espectáculo que tiene a la ciudad como escenario.
Para aquellos, como diría el Nobel Amartya Sen, la causa de los desastres (léase pobreza, deterioro del medio ambiente, bajo nivel educativo y precarias condiciones sanitarias entre ellos) está en la cultura de los ciudadanos. Y la población pobre es sometida, además de las precarias condiciones materiales en que vive, al desprecio hacia sus costumbres, formas de convivencia, tradiciones y valores. Vienen por la tierra y estigmatizan a su gente. Como en la Conquista.
Nota: por compromisos académicos del autor en el exterior, esta columna no aparecerá en los próximos tres meses.
*Profesor universitario
albertoabellovives@gmail.com
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