Columna


La planta mágica

SARA MARCELA BOZZI ANDERSON

14 de febrero de 2012 12:00 AM

SARA MARCELA BOZZI ANDERSON

14 de febrero de 2012 12:00 AM

En días pasados un presentador de noticias de un noticiero de televisión emblemático nos demostró cómo se había “negociado” en Colombia con la famosa Bienestarina, alimento que nutrió a nueve millones de colombianos de escasos recursos, que sustituían la leche del tetero por una “proteína que crece en las plantas”: la soya.
Se descubrió que una colada de Bienestarina, cuyo principal componente era la soya, sustituía y superaba con creces los beneficios de la proteína animal. Sin embargo, una investigación periodística profunda y valiente, acaba de descubrir que al alimento mágico no se le hizo durante todos estos años el control de calidad pertinente, y se le agregaban preservativos nocivos para el organismo, sin reseñarlos en la papeleta del empaque del producto.
Quienes han realizado la infamia de “negociar” con esta leguminosa de origen asiático que tantos beneficios aportaba a la salud de los niños desnutridos de Colombia, merecen una sanción ejemplarizante, pues la desnutrición de nuestros niños genera unas secuelas muy graves en su desarrollo, desde un bajo rendimiento escolar, a la vulnerabilidad para contraer enfermedades infecciosas que producen entre otras, diarrea y vómito, dos síntomas que conducen a la mortalidad infantil.
Los primeros que descubrieron las propiedades maravillosas de la soya para alimentar a la población garantizando los nutrientes necesarios para vivir, fueron los chinos y los egipcios que supieron ver, desde 1500 A.C., que la leguminosa aportaba entre una cantidad mágica de componentes para preservar la salud. Ya que la Soya contiene 40% de proteína, 18% de grasa, 15% de carbohidratos, 15% de fibra y 12% de humedad. En estos países no solo la utilizan como colada, sino como sustituto de la carne. O mejor dicho, decían ellos que era la “carne que crecía en las plantas”, y dado su costo bajo era asequible para toda la población.
Quien les escribe estas líneas es testigo fiel de que esto es así. Mi hijo Juan Manuel sufría de cólicos terribles desde su nacimiento y ningún pediatra daba con el chiste, hasta que una doctora en Bogotá le diagnosticó “alergia a la leche” en una época en que eso no se presentaba de manera generalizada en los niños. Esto me obligó a recurrir a los restaurantes vegetarianos para prepararle los teteros con colada de soya y panela, y se convirtió en un bebé sano, rozagante y fuerte que nunca se enfermaba y que hoy es el nieto más alto y corpulento de toda la familia extensa.
Por eso sé de lo que estoy hablando. La ignorancia, que suele ser muy atrevida, llevaba a muchas personas a creer que yo era tacaña porque no criaba a mi hijo con leche de vaca, sino con una comida propia de los vegetarianos pobres, detrás de la cual escondía mi “hipismo” trasnochado. Pero el cultivo de soya en América data desde 1804 y, especialmente los mexicanos, lo utilizan como remedio para la diabetes, el hígado y el riñón.
Ante la noticia de la adulteración de la Bienestarina, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar debería promover una campaña para que la población colombiana cultive la soya y la consuma de manera directa, para evitar que los corruptos hagan negocio con la desnutrición de nuestros niños, que son lo más sagrado que tenemos.

*Directora Unicarta

saramarcelabozzi@hotmail.com

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