Columna


La primacía de la apariencia

PANTALEÓN NARVÁEZ ARRIETA

13 de enero de 2012 12:00 AM

PANTALEÓN NARVÁEZ ARRIETA

13 de enero de 2012 12:00 AM

Crece el número de personas que se someten a cirugías para enderezarse la nariz, aumentar el volumen de los músculos o reducir el abdomen. Aunque confiamos en la idoneidad de quienes dirigen los procedimientos y de las instituciones en donde los hacen, también sabemos de los decesos o deformaciones que se derivan de ellos. Pero quienes deciden cambiar su fisonomía desatienden los riesgos, no porque los cirujanos plásticos los minimicen u ocultan, sino porque la vanidad prima sobre la precaución, a pesar de las advertencias de los galenos o de los ruegos de los parientes.    
Prefiero creer que lo último incide en la decisión de operarse, pues me permite mantener la convicción de que los médicos aún se esmeran por curar a los enfermos, cada edad tiene su encanto y, salvo que el bienestar dependa de su realización, es ventaja evadir todo procedimiento en un quirófano, sobre todo cuando con ellos se altera la composición del organismo, por añadiduras o recortes. Tal vez esta prevención devenga de no haber averiguado con un cirujano o de dejarme amedrentar por la inflamación y tumefacción que presentan los tejidos de los conocidos que vivieron la experiencia y no tuvieron contratiempos.
La ignorancia me exacerba el temor. Me aferro a seguro mató a confianza. Pero mi cobardía no la tienen los demás. Por eso resuelven embellecerse acudiendo a los implantes, cuyos fabricantes, siempre se sospechó, emplean sustancias que al entrar en contacto con el organismo pueden alterar el metabolismo y exponerlos a desarrollar un cáncer. Es el precio por lucir la gracia que natura nos negó, dirán unos. Otros que es regresar en el tiempo desaprovechar las habilidades de quienes saben reconstruirnos. En este caso, lo admito, no me seducen la osadía de quienes revierten la fealdad, ni los avances de la medicina que los complace.
No quiero padecer la zozobra que afecta tanto a las cientos de personas a las que les introdujeron prótesis fabricadas con silicona industrial, como a sus parientes. Ya no hay lugar para el arrepentimiento, sino urgencia por extraer el implante. Ante esta circunstancia el gobierno intervino, incluyendo la extracción de las prótesis dentro de los tratamientos que practicarán clínicas y hospitales. Pero la solución, para la mayoría, se quedará a mitad de camino. Quienes no tienen recursos no sólo tendrán que conformarse con que les retiren el cuerpo extraño, sino que padecerán el síndrome del mutilado.
Así comenzarán a vivir otro drama, derivado del entendimiento del mundo que nos impuso la publicidad que promueve el éxito más como consecuencia de la apariencia que de la sapiencia. En efecto, las imágenes de quienes conquistan o de las que acaparan las miradas revelan cuerpos sin grasa y rostros sin defectos, plenos de armonía. A quienes se esfuerzan por saber, en cambio, se les ridiculiza por su incapacidad para vencer la timidez y se les augura el fracaso tanto en lo laboral, como en lo personal. Dentro de este panorama los aplausos los reciben los que triunfan en los comerciales o en las películas.
La ficción los convirtió en modelos a imitar. Esto explica el repudio por la variedad de formas y el afán de quienes acuden al cirujano plástico para moldearse a imagen de sus ídolos.
*Abogado y profesor universitario.
noelatierra@hotmail.com    
 

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